Señor, enséñanos a orar
Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo : Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. (Lucas 11:1)
He estado posponiendo, a propósito, podría decir por meses, este tema. Y la razón es muy sencilla: Hermanos, es muy fácil predicar pero es muy difícil vivir lo que se predica, y esperando , y esperando, el tiempo en el que yo pudiera decir como Pablo: “Sed seguidores de mí, así como yo de Cristo”, pues yo me moriría y la Iglesia seguiría en decadencia sin la necesidad de escuchar este mensaje.
Así que yo, como cualquiera de ustedes en esta tarde, me pongo delante del Señor silenciosamente y le digo que Él me hable a mí también. Este mensaje, pues, hermanos, no es algo de lo que yo pudiera presumir de decir: “Yo soy el mejor ejemplo, mírenme a mí”. No, desafortunadamente, y con vergüenza lo digo: No soy el mejor ejemplo. No soy el hombre de oración que debo ser. No soy el pastor que debo ser, pero en esta tarde yo sé que necesitamos este mensaje. Yo sé que yo lo necesito y si aún no hubiera nadie mas en esta Iglesia que se beneficiara de él, yo por lo menos ya me he beneficiado de él.
Nada de lo que vamos a hablar aquí seguramente será nuevo para ustedes. Cuando aquí los apóstoles le pedían: ” Señor, enséñanos a orar”, probablemente ellos se estaban refiriendo a la mecánica de la oración. ¿Cómo se comienza a orar?, ¿Cómo se termina?, ¿De qué partes está formada la oración? La mayoría de los que estamos aquí ya conocemos eso hasta el hastío, somos expertos en ponernos de pie en la congregación y usar palabras elegantes, y usar palabras que van a tintinear en los oídos de los oyentes que van a decir: “¡Qué bonito ora el hermano!”, pero la verdad de las cosas, hermanos, es que no sabemos orar. No sabemos conseguir cosas de Dios, y esta es mi carga y es mi vergüenza. Dice Santiago que no tenemos porque no pedimos, y hay varias evidencias hermanos en nuestra vida de que no sabemos orar. ¡Oh si nos sabemos desde el Padre Nuestro de memoria! Lo sabíamos aún desde antes de ser cristianos; pero no sabemos orar. No vemos conversiones, no vemos respuestas a nuestras oraciones; tenemos meses, tenemos en algunos casos hasta años pidiendo por la misma cosa y no vemos que el cielo se abra y que descienda el Espíritu de Dios y se sobre-posesione de cada uno de nosotros, y caigamos de rodillas abrumados por el pecado. No vemos el derramamiento del Espíritu Santo en medio de nosotros.
En esta tarde yo le quiero pedir a Dios que me enseñe a orar. Yo sé preparar mensajes; conozco griego, conozco hebreo, sé la mecánica de cómo debe ser la introducción de un mensaje. Sé como dar una conclusión. Sé dónde gritar, dónde hablar suave, qué ilustraciones usar para que toque los corazones de la gente, pero no puedo decir que sé orar. No creo que pueda yo decir que Dios contesta mis oraciones todos los días. Yo no sé si alguno de ustedes pudiera decir que sí lo sabe; pero yo en esta tarde, yo reconozco que yo no sé.
Yo veo esta congregación, meses pasan, los años pasan, ya casi tres años aquí de pastor, y la verdad es que quizás sabemos más de la Biblia, quizás sabemos más de cómo ganar almas (y ganamos almas) y gente vienen aquí y pasan al altar y algunos llorando y algunos se han bautizado. Hermanos, la verdad de las cosas es que seguimos siendo los mismos, no vemos un derramamiento del Espíritu de Dios, no vemos convicción de pecados. Vemos cada vez más mundanalidad en nuestros jóvenes, vemos que el mundo se los está arrastrando y nosotros permanecemos impasibles, satisfechos, pensando que mientras nuestros hijos no anden en las “ganga” [pandillas]; no anden como los otros que no conocen a Dios, [ellos están bien]. Pero no vemos en su corazón un deseo ardiente de conocer a Dios, de conocer su Palabra, de andar en sus caminos, de agradarle a Dios, de vivir vidas limpias, vidas que honren al Señor.
No vemos las reuniones atestadas de gente que quiera orar por las almas perdidas. No sabemos orar. Hay varias evidencias que yo les quiero enseñar de que no sabemos orar.
Evidencias de no saber orar
No hay respuestas a la oración
En primer lugar, no tenemos respuestas a la oración. Tenemos necesidades materiales y lo primero que hacemos es ir a pedir prestado al pariente, al amigo, al hermano. Uno predica con todo su celo, y con todo fervor y les dice Filipenses 4:19: Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús, y todos decimos: “Amén, hermanos, amén. ¡Qué bendición, tenemos un Dios que todo lo puede!”, pero la verdad es, que cuando tenemos necesidad, no vamos a Dios. No podemos señalar cosas en nuestras vidas que podamos decir: “Esto es respuesta de Dios a mi oración, eso es respuesta de Dios a mi oración, ese autobús que esta allí es respuesta de Dios a la oración, esa casa que tengo allí es respuesta de Dios a mi oración, estas criaturas que tengo son respuesta de Dios a la oración”. No podemos señalar eso, y la razón es muy sencilla porque no sabemos orar. Juan 16:24 debería resonar fuertemente en nuestros oídos. Juan 16:24 dice: Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.
Cuando Carlos Finney se convirtió al evangelio era un joven abogado; un próspero profesionista que sentía la necesidad de Dios. Fue y se metió en el bosque allí entre los árboles por varias horas, y él agonizó, y clamó a Dios y dijo: “Señor, yo necesito conocerte, yo necesito de ti.” Y estuvo varias horas allí intercediendo con Dios. Cuando salió de ese bosque, el fue maravillosamente salvo ahí en ese bosque, y sobre las gente con las que él hablaba venía una tremenda convicción de pecado. Dice él que no sabía a veces ni qué palabras usar porque a cada palabra —el ni cuenta se daba— la gente comenzaba a llorar convencidos de que tenían enfrente a un hombre que tenía el Espíritu de Dios. Empezó a tener grandes campañas de predicación, y adonde quiera que iba se abarrotaba el lugar de gente que iba a escuchar la palabra de Dios. Miles y miles empezaron a convertirse bajo su predicación. En una ocasión, él sintió que no estaba teniendo los mismos resultados que al principio, que no estaba teniendo el mismo poder. Sintió que sus palabras ya sonaban huecas, y que él estaba hablando ya de la cabeza y no del corazón; entonces llamó a la Iglesia y dijo: “Hermanos, hay algo que debemos hacer, y necesitamos dejar todo lo que estamos haciendo, y durante una semana nos vamos a dar al ayuno y a la oración”. Al término de esa semana otra vez la voz de Finney era como un fuego que consumía las almas de los pecadores, y antes ni siquiera que diera la invitación, cinco minutos la mayoría de las veces tenia predicando, cuando el altar estaba lleno de gente que
quería oración.La oración es para toda la congregación. No sé cómo, pero nos hemos hecho la idea que la oración es algo que tienen que hacer los diáconos y el pastor. Nos hemos hecho a la idea que son los varones de la Iglesia los que deben ser los espirituales y los guías espirituales. ¡Y es verdad hermanos! pero hombres y mujeres de oración todos debemos ser. Vino en una ocasión una hermana muy sencilla; esta hermana fue a su pastor y le dijo: “Yo quiero que usted llame a una reunión especial donde usted predique el evangelio”. Él dijo: “Hermana, ya no tiene caso. Mire, ya tenemos los servicios regulares de la iglesia, ¿para qué vamos a tener otra reunión especial?” Pero esta hermana seguía orando y ella sentía que era del Señor. Por fin el pastor accedió y dijo: “Está bien, voy a poner este día”, y puso el día y puso la hora; y cuando llegó el día y la hora fue el hombre, convencido de que no iba a haber nadie, nadie absolutamente, pues sus cultos habían estado abandonados; y él pensado que nadie podía ir. Cuál fue su sorpresa que en el lugar, (era una casa) no cabía la gente deseosa de escuchar la Palabra de Dios, por una mujer que sabía el poder de la oración. ¡Una mujer! Dios está buscando, yo creo, en esta Iglesia, hombres y mujeres que le digan al Señor como los discípulos: “Señor, enséñame a orar. ¡Señor déjame agonizar; déjame que mi corazón se parta por las almas perdidas!, Déjame, Señor, saber que cuando yo ore a ti, yo pueda decirle a la gente que no conoce al Señor: “Tú pued
es”No sabemos orar mis hermanos. Mateo 17 nos relata un caso muy triste también. En Mateo 17: 14-21 dice la Biblia:
Cuando llegaron al gentío, vino a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo: Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar. Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá. Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora. Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará, y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno.
Hermanos por mucho tiempo hemos creído que la oración y ayuno es de los
pentecostéses, y para vergüenza nuestra, los pentecostéses oran y ayunan mucho más que nosotros. Nosotros no vamos a poder así hacer grandes cosas para Dios, el Señor Jesucristo dijo que los que iban a creer en Él mayores cosas que Él iban a poder hacer; y ha habido grandes hombres en la historia del cristianismo que han hecho grandes cosas de Dios. Cristo mismo nunca tuvo las grandes multitudes que han tenido Moody, que han tenido los Hermanos Wesley, que han tenido los grandes hombres de Dios, y se ha cumplido lo que dice la Palabra de Dios. Cuando estos hermanos predicaban, no había necesidad de hacer invitación, hermanos, porque la gente pasaba al frente antes de que se hiciera invitación, y los servicios duraban desde las diez de la mañana hasta las once y doce de la noche hasta que dejaba de pasar gente.En una ocasión una mujer comenzó a orar por un avivamiento en su Iglesia, y llegaron a tener tanta demanda de los servicios que los domingos tenían tres servicios. Llego el tiempo en que había servicios todos los días y todas la noches, y estaban los lugares llenos de gente. Antes siquiera de que predicara el predicador, empezaba a haber confesión. Había todo silencio, hasta que alguien se paraba y comenzaba a caminar, hacia la otra banca, y se arrodillaba delante de algún hermano o de alguna hermana y le decía: “Hermano, perdóneme, yo le he estado criticando a sus espaldas”; y se abrazaban y empezaban a llorar. Otro se levantaba e iba al pastor y le decía: “Pastor perdóneme, no le he estado apoyando”, y se paraba otro e iba con otro hermano y le decía: “Hermano, perdóneme, yo no le he hablado por varios meses, por varias semanas”. Y venía una gran convicción del pecado, y se olvidaba el rencor, y se podía sentir el amor de Dios en medio de esas congregaciones.
¡Oh cómo necesitamos aprender a orar! ¡Oh cómo necesitamos que Dios nos hable otra vez, y que nos permita vernos en su santa Palabra y que nos deje ver lo perversos que somos, la maldad que se ha atesorado ahí en nuestro corazón y cómo nos hemos deleitado en el pecado y cómo hemos despreciado lo santo y lo digno y lo que honra al Señor y nos hemos entretenido en las cosas que no valen la pena, en este mundo! Dice el Salmista, Salmo 66:18 Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, El Señor no me habría escuchado. Déjeme decirles algo, hermanos. Antes de ni siquiera pedirle al Señor que nos enseñe a orar, lo primero que necesitamos hacer es abandonar el pecado: El pecado de la indiferencia, el pecado de la mundanalidad, el pecado de quedarnos con dinero de Dios, el pecado de no padecer por las almas perdidas.
Vayan conmigo a Segunda de Crónicas 7:14
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.
¿Saben que, hermanos? Nos quejamos mucho de lo corrompido que está este mundo, ¿verdad?; y señalamos a los homosexuales decimos: “¡Cómo no tienen vergüenza! Y señalamos al gobierno por permitir el aborto, y señalamos las borracheras, las pandillas y la drogadicción; pero Dios llama principalmente a su pueblo y dice en Su Palabra, en este versículo: “Si se humillare…” ¿quién, hermanos? “…mi pueblo”, el pueblo de Dios. El pueblo de Dios necesita reconocer su pecado; el pueblo de Dios necesita ver, y ponerse frente a un espejo y simplemente ver la cara de mundanos que tenemos, de ver la vida mediocre que tenemos, no tenemos influencia con nuestros hijos, no tenemos influencias con Dios, no tenemos influencia con nuestros compañeros de trabajo. ¿Por qué? Porque no tenemos influencia primeramente con Dios; el pecado nos ha ganado la batalla. “…y buscaren mi rostro…” y luego dice: “…y se convirtieren de sus malos caminos”. Hasta que empecemos a ver que es nuestro pecado, lo corrupto y lo sucio que es, entonces dejaremos de ver los defectos de los demás. Cuando nos convenzamos nosotros mismos que nuestro pecado es tan vil y tan sucio y tan corrupto ante los ojos de Dios; tanto como el pecado del hermano que tanto he criticado, hasta entonces dice la Biblia: “Yo oiré desde los cielos…”
Miren como dice en Isaías 59: 1-2:
He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír. Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.
Necesitamos aprender a orar, pero antes de ni siquiera poder orar, necesitamos estar dispuestos a entrar en nuestro
clóset de nuestros corazones y empezar a sacar toda la inmundicia que tenemos allí, todos nuestros pensamientos sucios, toda la basura que tenemos en la televisión, y en nuestros videos y en el cable, y toda nuestra música, y todas nuestras revistas, y todo lo que hemos complacido en nuestra vida en pecado, y decirle al Señor: “Ven y mora en mi corazón”; y entonces sí Dios estará dispuesto a oírnos, pero no antes, mis hermanos. No hay convicción de pecado; hemos sido muy complacientes en nuestra vida y queremos que Dios nos escuche.Estas son las oraciones promedio de los cristianos: “Señor, gracias por estos alimentos que vamos a tomar. Gracias porque Tú los proveíste. Bendícelos en nuestros cuerpos; en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, amén”. Vamos a salir a algún lado; o vamos a ir a pasear: “Señor, danos un buen tiempo; llévanos, cuídanos y tráenos con bien, Señor. Danos un buen tiempo, somos tus hijos”, y no lo decimos, pero casi lo decimos: “… lo merecemos porque somos tus hijos. Cuídanos bien; que no nos pase nada, que no nos encajemos una espina, Señor. Que no se nos ponche una llanta, Señor, cuídanos”. Esas son nuestras oraciones.
Se escuchó un día orar un día a Charles Finney entre los bosques allá, entre los
arbolés; a grandes distancias, se oía que decía: “Si tú no vas conmigo yo no voy. Si tú no vas conmigo yo no voy”. Tenía que predicar ese día en la iglesia, y la gente estaba esperando allí para escuchar la predicación. No estaba comiendo, no estaba en Denny’s, no estaba en Red Lobster: “Señor, bendice estos alimentos, a nuestros cuerpos, guárdanos en el camino”. Él estaba intercediendo con Dios, con el Espíritu de Dios; estaba diciendo: “Si Tú no vas conmigo, yo no quiero ir Señor. No quiero predicar mi palabra; no quiero ser yo quien convenza a la gente; quiero que tu Espíritu se posesione de cada pecador y que sean ellos los que clamen desde el fondo de su corazón: “Señor, ¡perdóname!, soy pecador, ¡necesito ser salvo!” Después de varias horas de estar intercediendo se vio salir al hermano Finney solo y llegó a predicar y hubo un gran número de conversiones en ese día, en su reunión.Pedimos por un carro, pedimos por una casa, pedimos por la salud de nuestros pequeñitos, y pedimos por ropa, y por más trabajo, y por más aumento de sueldo en nuestro trabajo, pero no pedimos por la presencia de Dios en nuestra vida. Y no pedimos y hemos dejado de orar, y tenemos en la lista de oración apuntado, en la Biblia, y ha estado allí por años: “Señor, salva a mi padre; Señor, salva a mi madre”. Pero no oramos con el fervor y el deseo sinceros de ver convertidos a nuestros seres queridos. No sabemos orar. Necesitamos aprender a orar. David Brainard escribió en una ocasión: “Días enteros, y semanas enteras, pasé en silenciosa y audible intercesión delante de Dios por las almas perdidas.” ¡Días enteros, hermanos! ¡Semanas enteras! Nosotros no sabemos ni siquiera orar una hora al día. Cristo volvió, después de estar orando a su Padre en el Getsemaní, y encontró a sus discípulos, ¿cómo, hermanos? Durmiendo. Y dijo: “Así que no habéis podido velar conmigo una hora.” Una hora de nuestro tiempo no se la podemos dar a nuestro Señor. Pasan los días; las Biblias abandonadas aquí en la iglesia. Se nos olvidan las Biblias, se nos olvida la oración, y no vemos conversiones. Oh sí vemos gente que viene aquí al altar, y vemos otros que se bautizan, y a las dos o tres semanas están otra vez en el mundo, allá en el pecado; porque no fueron convertidos por el Señor, fueron convertidos por nosotros.
Decía el pastor de la Iglesia del Pueblo en Canadá, autor del librito Pasión por las Almas (que ha estado allí por meses, y a nadie se le ha ocurrido tratar de leerlo a ver qué es lo que dice): “No me digan cuántas conversiones tienen al día, a la semana, al mes, al año; déjeme regresar en cinco años, y déjeme ver cuántos están todavía allí. Esas son las verdaderas conversiones.” Y hay iglesias en las que están allí hasta media hora, el pastor insiste e insiste e insiste en el llamamiento. Cuando el Espíritu de Dios llega sobre las congregaciones, el pastor no tiene que estar rogando. Los predicadores que han sido usados por Dios no necesitan dar un llamamiento. A dondequiera que iban, la gente se postraba diciendo: Señor Moody (o Sr. Finney), dígame cómo puedo yo ser salvo.” Hay algo en los hombres y las mujeres que oran, hermanos; se puede entrar en su presencia, y se puede ver en sus rostros, y se puede sentir en su persona que son hombres o mujeres que han estado con Dios. Hermano, ¿cuál es la impresión que se lleva la gente de nosotros, cuando nosotros vamos a hablarles a la gente de las cosas de Dios? ¿Se puede sentir que somos mujeres y hombres de oración?
Por último, hermanos, —yo no tengo un mensaje muy elaborado esta tarde, no tengo un gran bosquejo, todo lo que sé es que necesitamos aprender a orar— vamos a Joel 2:28
Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.
Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová. Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sión y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado.
Ahora vaya conmigo al libro de Hechos, capítulo 2, sin perder este pasaje.
(V.1) Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
(V.14) Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas estos es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
Déjeme decirle algo. Esto no está prometido solamente para el día de Pentecostés. Allí comenzó el derramamiento del Espíritu Santo, y ha continuado a través de todo el tiempo de la historia de la Iglesia. Hemos visto grandes avivamientos, en Gales, en Inglaterra, en los EE.UU., pero hace mucho que no vemos un avivamiento. Note el resultado siempre que hay un avivamiento de Dios: cientos y miles, y miles de personas se convierten. “Todo el que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Miré lo que pasó en el libro de los Hechos:
Hechos 2:41 Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día [¿cuántos, hermanos?] como tres mil personas.
Hechos 4:4 Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era [¿cuántos, hermanos?] como cinco mil.
Hechos 5:14 Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres.
Hechos 11:24 Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud [¡oiga eso, hermano!] fue agregada al Señor.
Hechos 14:1 Aconteció en Iconio que entraron juntos en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos.
Hechos 17:4 Y algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos piadosos gran número, y de mujeres nobles no pocas.
Hechos 17:34 Mas algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.
Hechos 18:8 Y Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados.
Hechos 21:19 A los cuales, después de haberles saludado, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio.
Muchos, en el tiempo del Señor Jesucristo, cuando vino el Espíritu de Dios, descendió el Espíritu de Dios, y cientos de miles fueron convertidos. Nosotros podremos tener un día un gran templo, porque tenemos muchos carpinteros en esta iglesia, pero de nada nos valdrá, si el Espíritu de Dios no está allí. El Espíritu de Dios quiere morar en nosotros.
¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo; el cual tenéis de Dios; el cual está en vosotros, y que no sois vuestros?
Nuestras diferencias se acabarían, nuestros egoísmos se acabarían, nuestros chismes se acabarían, y empezaríamos a ver reventar este lugar, y Dios empezaría a manda los medios para hacer otro más grande, y luego otro más grande. La pregunta es: ¿Habrá algún cristiano en esta iglesia, que quisiera decir al Señor: “Señor, yo no sé orar. Quiero ver respuesta a mi oración”.?
Podemos ver a la gente; a un niñito quizá ahogándose; o hasta un animalito entrelazado entre las zarzas y las espinas, y nos duele; pero vemos las almas yendo al infierno todos los días, y no nos duele. Eso quiere decir que no sabemos orar; quiere decir que no estamos dispuestos a sacrificarnos para ver otra vez al Espíritu de Dios hacer milagros.