El perdón como milagro de restauración

El perdón como milagro de restauración


Ni yo te condeno, vete y no peques más” (Juan 8:3-11)


Basta mirar a nuestro alrededor para percibir que el universo es parte de la maravillosa creación de Dios, y que cada elemento con sus innumerables detalles está sustentado por fascinantes milagros que Dios en su infinita misericordia y poder sin igual ha revelado. Solemos pensar en milagros como el acontecimiento de algo sobrenatural que altera o irrumpe el orden natural, la Biblia particularmente hablando está llena de narraciones milagrosas en las cuales la intervención directa de Dios no se ha hecho esperar. Sin embargo hay otro tipo de milagros aparentemente menos significativos, pero una vez bien analizados, tienen impactos transformadores con repercusiones eternas.


Quiero referirme al grandioso milagro que se opera en la persona que ha sido perdonada por Dios y resucitada a una nueva dimensión de vida abundante, porque cuando la persona vive en sus pecados y vieja manera de vivir, según lo declara el apóstol Pablo, está muerta en sus delitos y pecados. Por lo tanto algo grandioso se ha operado en la vida de quienes han experimentado el poder transformador de Dios.


El perdón es la puerta que abre las posibilidades para poder vivir en la perspectiva del amor de Dios, nadie puede amar genuinamente ni perdonar auténticamente si el Espíritu de Dios no mora en esa persona. Jesucristo garantizó que el Espíritu de Dios, es cual es dado a sus hijos e hijas, estaría en nosotros y con nosotros para siempre, fortaleciendo nuestra vida, consolándonos en nuestras debilidades y capacitándonos para ayudar a otros. La mujer sorprendida en adulterio que fue traída a Jesús es un vivo ejemplo de lo que Dios está dispuesto a hacer por nosotros, nuestro adversario constantemente nos acusa y pone en relieve nuestras faltas y pecados, pero Dios, dice la Biblia, que en rico en misericordia, hizo abundar en nosotros su gracia. Cuando Jesús pidió que el que estuviera sin pecado fuera quien lanzara la primera piedra, nadie se atrevió a hacerlo, por el contrario, todos desde el más viejo hasta el más joven se fueron. Jesús entonces al preguntarle a la mujer dónde estaban los que la acusaban y condenaban le dijo: “Ni yo te condeno, vete y no peques más”


El perdón de Dios es absoluto, trae consigo paz y reconciliación, nos centra dentro de su voluntad perfecta, nos liberta y nos capacita para perdonar a los demás. Nos convertimos en agentes de la reconciliación, divulgamos la gracia de Dios y ministramos en su nombre la ayuda que tanta falta hace en el mundo. Es interesante notar como cambia la perspectiva con relación al pecado, por ejemplo el pecado visto e interpretado por los demás tiende a ser grosero, escandaloso y digno de condenación. Los mismos pecados que nosotros cometemos, si son ejecutados por otros son condenables, sin embargo los nuestros son meras faltas. La ley por su lado es imparcial pero severa, condena con razón, e incluso la misma palabra de Dios dice en Romanos 3.23 que la paga de pecado es muerte.


La ley del Antiguo Testamento establecía que ojo por ojo y diente por diente. Sin embargo y de una manera sorprendente la gracia manifestada en Cristo Jesús es totalmente distinta con relación al pecado, Jesús vino para salvar y no para condenar, vino para dar vida, perdonar nuestros pecados y redimirnos de toda maldad. Cientos de miles de personas están necesitando ayuda espiritual, la persona sin Cristo en su corazón está determinada por el fracaso moral, no tiene paz, está vació, se encuentra en soledad, tiene temores e inseguridades, y sobre todo está bajo condenación. Jesucristo vino para deshacer la obras del Diablo, libertar a los cautivos, dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los cautivos y a pregonar vida y esperanza a los desesperanzados.


El ejemplo vivo de un milagro maravilloso es el de una persona transformada por el poder y la gracia de Dios. Es impactante cuando una persona que tiene a Dios en su corazón puede perdonar a sus victimarios y a aquellas personas que le han propinado mucho mal. Supe de un caso, y como este miles, de un matrimonio que fueron a una prisión federal para perdonar al individuo que meses atrás les había asesinado a su único hijo. Fue también conmovedor escuchar el testimonio de aquella madre cuya hija había sido violada y asesinada en una playa de Miami, y sin embargo pedía a Dios no que vengara la muerte de su hija, sino que perdonara a los convictos.


La repercusión del perdón es doble, porque libera a la persona que ha cometido la falta y nos libera a nosotros mismos del rencor y la amargura. Jesucristo nos da un nuevo corazón y una nueva vida, para que podamos vivir libres y sin ataduras de ninguna índole. Libres en todo el sentido de la palabra, libres de condenación y libres para libertar a otros que aún están en la esclavitud del pecado. Sigue siendo vigente el mensaje de que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado, y que el Cordero que fue inmolado en la cruz para nuestra redención es quien murió para darnos vida abundante. Dichoso el hombre cuyas transgresiones han sido perdonadas, dice el salmista. Dichoso aquel a quien Jehová no culpa de iniquidad. Así como el perdón tiene una doble dimensión de liberación, también tiene la dimensión de la responsabilidad, porque sin excusas de ninguna índole Dios nos manda a perdonar en la misma medida en que hemos sido perdonados. Precisamente allí es donde radica la más noble de las virtudes cristianas, perdonar siempre aún cuando el ofensor no lo esté solicitando.


Despojarnos del resentimiento y del rencor, porque son sentimientos malignos capaces de contaminar a una familia, a una congregación y hasta una nación entera. El perdón cristiano es mucho más que normas elevadas de civismo y moral, es mucho más que expresiones de cortesía y educación, es bendecir a los que nos maldicen y hacer bien a los que nos hacen mal. Alguien dijo: El hombre que a otro no puede perdonar quema el puente por el cual un día tendrá que pasar. El orgullo es la principal causa por la cual no se está dispuesto a perdonar, el orgullo lo instiga Satanás, y sus efectos son devastadores. Por orgullo se rechaza a Dios y su perdón divino, como también se establecen prejuicios hacia los demás, el racismo y el clasismo son producto del pecado y la maldad que hay en el ser humano. Sería bueno identificar cual podría ser el problema personal que por años le ha robado la tranquilidad.


Cuál podría la causa de su desdicha, o el sentimiento de culpabilidad que le embarga. Porqué será que hay relaciones con seres queridos que se han deteriorado. Recuerde que una pequeña raíz de amargura es capaz de contaminar a muchos. El resentimiento poco a poco se convierte en rencor, y el rencor es sinónimo de ira reprimida, y la ira reprimida puede generar el odio que arrastra a la condenación. Pienso que Caín en su frustración y descontento consigo mismo, no pensaba asesinar a su hermano, sin embargo su furor lo llevó a cometer el primer fratricidio de la historia. Es alarmante pensar que aún los niños y adolescentes también puedan estar atrapados en el odio hacia los demás.


Es lamentable ver como las escuelas están reflejando no necesariamente la maldad del sistema en sí, sino los antecedentes de la familia. En Jesucristo somos libertados del poder del pecado y sus consecuencias desastrosas, en Jesucristo hay perdón y vida abundante. Él nos liberta de la condenación y nos vuelve nuevas criaturas, para que perdonando a los que nos ofenden, seamos librados del mal. “Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame mas y más de mi maldad y límpiame de mis pecados” Salmo 51