Deshágase del resentimiento

Deshágase del resentimiento


Lucas 6:27-28 


Introducción 

En esta noche estamos frente a frente con un problema práctico que afecta a cada uno de los que nos encontramos aquí: el vencer nuestro resentimiento hacia la gente que no nos agrada. En nuestro pasaje de hoy, el Señor Jesús nos enseña que la verdadera prueba del discípulo de Cristo no consiste en qué tan bien se lleva con sus amigos, sino qué tan bueno es para amar a sus enemigos. Y es que hagamos algo: seamos honestos. Todos lidiamos con gente que no nos agrada: No nos agrada la gente que nos hace sentir inferiores. No nos agrada la gente que se cree superior. No nos agrada la gente que cree que siempre tiene la razón. No nos agrada la gente que anda encontrando fallas en los demás y no ofrece ninguna solución constructiva para nada. No nos agrada la gente que quiere aprovecharse de nosotros o de los demás. No nos agrada la gente que pretende ser lo que en realidad no es. No nos agrada la gente que ve todo en términos de su propia comodidad y beneficio. Lo peor del caso es que este asunto se complica cuando entendemos que precisamente aquello que no nos agrada de la gente es precisamente la base del conflicto y del resentimiento entre vecinos, entre patrones y empleados, entre gobernantes y gobernados, e inclusive entre padres e hijos y esposos y esposas. Pero déjenme decirles, mis amados hermanos, que en ningún otro lugar del Nuevo Testamento como en éste, nuestro Señor Jesús censura tanto los defectos del hombre como lo hace con el resentimiento. Él dice que odia el pecado, pero ama al pecador. En otras palabras, todo lo anterior se resume en esto: la prueba de un verdadero discípulo es su capacidad de amar a la gente que le desagrada. En el pasaje que consideraremos hoy, encontramos la fórmula para deshacernos del virus mortal del resentimiento. Esta fórmula contiene 3 elementos. Ponga mucha atención a lo que dice la Palabra de Dios. En primer lugar nos enseña que… 

1. Es nuestro deber amar a nuestros enemigos. 

Cuando Jesús dice que amemos a nuestros enemigos es necesario comprender que en el Nuevo Testamento existen tres palabras para “amor” con diferentes significados que son: eros, filia y ágape. Eros significa dirigirse hacia una persona debido a su atracción. En otras palabras, el objeto de nuestro amor es el origen de nuestro amor. Es de la palabra eros que se deriva la palabra erótico. Su máxima expresión se encuentra en una feliz relación marital, pero en cada tipo de relación en la que encontramos este amor, siempre descansa en sobre una real apreciación de la belleza física, del encanto, de los méritos, de los talentos de la persona amada. Por su parte, filia es una atracción hacia otra persona debido a un mutuo interés o preocupación que nace entre dos personas que disfrutan las mismas cosas y de las mismas personas. Su más clara expresión se encuentra en la amistad. En el uso actual encontramos la palabra filántropo que describe a aquella persona que debido a su amor al género humano dona generosas cantidades de dinero para obras de caridad. Sin embargo, a diferencia de estas dos palabras, ágape no depende del mérito de la otra persona para amarla, ni tampoco si se comparte intereses comunes con ella, sino que surge del reconocimiento de las necesidades de la otra persona. Ágape no tiene motivos escondidos. Como lo dijo el apóstol Pablo en su carta a la iglesia de Corinto: “Ágape no busca lo suyo”. Este amor se expresa en la acción, y no necesariamente viene acompañado de emoción o sentimiento. Ágape enfatiza el aspecto de la voluntad libre en el amor, la determinación de buscar el bien de la otra persona. Es obvio que cuando uno piensa en este tipo de amor, se da cuenta de que éste es el más recomendable. Cada vez que en la Biblia se nos pide amar -como un deber hacia nuestro prójimo o nuestros enemigos- es siempre ágape la palabra que se usa; nunca las primeras dos. Así que para darle a ágape su definición más precisa posible, Jesús escoge un ejemplo en el que no se mezcle ningún elemento de eros o de filia, porque dice: “Ama a tus enemigos”. Es así, hermanos, que cuando vemos las cosas desde este ángulo, nuestro problema comienza a aclararse. Es por eso que podemos amar a nuestros enemigos a pesar de que no nos agraden porque somos capaces de controlar nuestra voluntad, en tanto que no podemos mandar sobre nuestros sentimientos o sobre nuestras emociones. Podemos afirmar con toda seguridad que Jesús nunca dijo que nuestros enemigos nos deberían caer bien. Lo que nos ordena es que debemos desear su bienestar, que busquemos su mayor bien sin importar si nos agrada o no. Pero existe un segundo elemento en la fórmula que nos da el Señor para deshacernos del resentimiento… 

2. Es nuestro deber hacer bien a quienes nos odian. 

Esta historia del general Washington y la petición de perdón ilustra que “hacer bien” significa exactamente eso: hacer bien. Durante un espantoso invierno, mientras los ingleses estaban sentados juntos para calentarse en su cuartel en la ciudad de Filadelfia alimentándose bien con pan y carne, el ejército del General Washington se estaba congelando en los campos. Uno de sus tenientes se encontraba en otra parte en las mismas circunstancias desesperantes del clima y sin alimentos, y el General Washington no podía hacer nada por ellos. En una ocasión, un hombre caminó 80 Km a través del crudo frío para suplicarle a Washington que le otorgara el perdón a un soldado que había sido sentenciado por negligencia de cumplir con el deber. El general dijo: “Lo siento, pero no puedo pedir que perdonen a tu amigo.” Y el soldado respondió: “¡Pero es que ese soldado no es mi amigo! No creo que haya otro hombre vivo que me odie tanto como este prisionero. Washington lo miró totalmente sorprendido y le dijo: “No me digas que estás pidiendo que le otorgue el perdón a alguien que te odia.” La respuesta fue: “Pues sí. A este hombre lo conozco bien y sé que es completamente inocente de los cargos de los que se le acusan.” “Bueno, si es así, -dijo el general Washington- le concedo el perdón.” Un famoso predicador nos recuerda que existen tres niveles de vida. El primer nivel consiste en regresar mal por bien, y es el nivel demoníaco. El segundo nivel consiste en regresar mal por mal, y es el nivel legal. Pero el tercero consiste en regresar bien por mal, y éste es el nivel divino. Escuchen esto, hermanos: es imposible leer el Nuevo Testamento y no darse cuenta de que el que invoca el nombre de Cristo está llamado a vivir en el alto nivel de regresar bien por mal. En el pasaje que rodea a nuestro texto, Jesús dice que el cristiano no debe demandar ojo por ojo, sino que debe voltear la otra mejilla. Y el apóstol Pablo lo dijo de una manera maravillosamente inolvidable: “Así que si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” Y finalmente, en este pasaje existe una tercera parte de la fórmula para vencer el resentimiento… 

3. Es nuestro deber orar por los que nos tratan mal. 

Hagamos un repaso. Primero, debemos amar a nuestros enemigos, en el sentido de desear y procurar su bienestar. Segundo, debemos hacerles bien a quienes nos odian. Y finalmente, debemos orar por ellos. Jesús le pone más énfasis a este paso al decir también: “bendigan a los que les maldicen, y oren por quienes hablan mal de ustedes.” Pienso que el Señor nos menciona este paso dos veces para enfatizar su importancia. En esencia, lo que Él dice es: Cuando hayas llegado al punto en el que puedas elevar una palabra de bendición sobre la persona que se ha hecho tu enemigo, es entonces cuando debes orar por ella. Un pastor lo dijo así: “Cada vez que se mencione el nombre de la persona que te desagrada, espira una oración por esa persona. Uno impide que surja el resentimiento con una barrera de oración.” Yo no sé por qué es así, pero sí sé qué es lo que hace; la oración adecuada es un paso muy práctico para poderse deshacer del resentimiento. Es imposible que usted y yo oremos por una persona y continuar odiándola. Creo que cada uno de nosotros está de acuerdo en que uno de los problemas más grandes en nuestro mundo es el llevarse bien con los demás. Después de todo, ¿Qué es la guerra, si no la consecuencia de que enormes grupos de personas no puedan llevarse bien entre ellos? ¿Qué es la discordia y los pleitos internos si no las consecuencias de intereses en conflicto de personas en nuestro país? ¿Cuál es la causa de la mayoría de la infelicidad personal en nuestras vidas si no el resultado de resistirnos a llevarnos bien con los demás? El problema que enfrentamos a la vuelta de la esquina es el problema de deshacernos del resentimiento. En otro contexto, el Señor Jesús nos advirtió que: “Todo el que se enoja contra su hermano está en peligro de juicio.” Quizá suene a un argumento religioso en contra del resentimiento; pero si acortamos la oración tenemos el meollo del asunto. “Todo el que se enoja con su hermano está en peligro”- punto. Cuando un predicador dice algo como eso, la gente dice: “Bah, es sólo una predicación”. Pero si esas mismas palabras las dice un médico, entonces la gente está más dispuesta a escuchar. Alguien ha dicho que simplemente no existe manera de obtener tranquilidad y gozo del odio, que sin duda, se trata de lo que más destruye el carácter. Escuchen lo que dijo un famoso médico inglés que padecía del corazón: “Estoy a merced de cualquier canalla que me haga enfurecer.” Y él tenía razón. En una reunión de médicos se paró para discutir ásperamente algo que le disgustó tremendamente, y en un instante de ira, cayó muerto. 

Conclusión 

Diabéticos o propensos a diabetes, y cualquiera que esté oyendo: escúchenlo bien. Todo aquel que se enoja contra su hermano, corre peligro. La razón por la que Jesús dijo estas palabras es porque son verdad. Nadie puede salirse con la suya. Si usted continúa guardando y acumulando resentimiento en su interior, él actuará como un auténtico ladrón para robarle su tranquilidad espiritual, su estabilidad emocional y en última instancia, su salud. Hay una vieja historia de un hombre que vivía en la ciudad de Alejandría, Egipto, en los días de la iglesia primitiva que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Este hombre era un cristiano muy ferviente. En una ocasión, un grupo de jovencitos lo estaba atormentando con sus burlas y bromas debido a su religión. En medio del hervor de su desprecio hacia el cristiano, le preguntaron: “A ver, dinos, ¿qué milagro te ha mostrado tu Cristo?” Y esto es lo que el hombre dijo en voz baja: “Él ha realizado el asombroso milagro de que yo aguante todos sus insultos sin que pierda la tranquilidad en mi mente.” ¿No es lo que todos nosotros queremos, hermanos? Ser capaces de deshacernos del resentimiento que perturba la paz en nuestra mente. Bueno, entonces para lograrlo, yo les exhorto en el nombre del Señor con sus mismas palabras: Amen a sus enemigos. Hagan bien a quienes les odian. Y oren por aquellos que les tratan mal.