Desafíos de la gran comisión

Desafíos de la gran comisión


NO HAY DUDA de que los discípulos se asombraron por la Gran Comisión encomendada por Jesús. Pocos eran, pero debían ir de todos modos al mundo para hacer discípulos de todas las naciones. No perdían la visión. Jacobo delineó el plan de Dios para tomar “un pueblo para su nombre”, Hechos 15:14.


Hoy los creyentes muchas veces se desaniman porque no ven más resultados. Sin embargo, Dios sigue actuando y toma un pueblo para su nombre de entre todas las razas y tribus. En algunos casos puede haber muchos convertidos como en el día de Pentecostés. En otros, pocos aceptan al Señor, como fue lo que experimentó el Apóstol Pablo en Atenas, Hechos 17:32-34.


Para decir verdad, cuando Cristo pronunció las palabras de la Gran Comisión la tarea era imposible desde el punto de vista humano, pero con Dios todo es posible. Es de admirarse ver que al cabo de una generación, aquél pequeño grupo creció hasta que pudieron encontrarse congregaciones de creyentes por todo el Imperio Romano. Se había transformado un grupo de hombres desilusionados y sorprendidos en predicadores sin temor alguno. Estaban dispuestos a ir por todas partes, hacerlo todo y sacrificarlo todo por el evangelio.


La proclamación del evangelio por cualquier medio y donde quiera que nos sitúe Dios es la gran responsabilidad y el privilegio de su pueblo. Ahora, es imprescindible analizar cómo nos encontramos. Da temor examinar nuestra vida y trabajo. Nos damos cuenta de que estamos lejos de hacer lo que Dios quiere que hagamos.


Muchas iglesias están dejando de lado la Gran Comisión. ¿De quién depende esta situación? Pues depende de nosotros mismos, de nuestra vida de comunión con Dios y de obediencia a su Palabra. “No temo que la Iglesia deje de existir,” dijo Juan Wesley. “Lo que sí temo es que algún día la iglesia (…) siga existiendo como algo frío y sin vida espiritual”.


No olvidemos que el avivamiento en el siglo pasado surgió del gran avivamiento pentecostal de principios del siglo XX. No debemos olvidar tampoco que durante la violencia subversiva vivida en Perú y en medio de los enfrentamientos armados se predicaba la Palabra de Dios en las zonas de emergencia. Se muestra claramente que cuando las situaciones son más difíciles, el evangelio se puede predicar y la iglesia crecerá como nunca.


En el Departamento de Ayacucho en Perú durante esos tiempos difíciles de emergencia debido a la violencia, muchos predicaban a Jesucristo. Se sabe de dos pastores que recibieron amenazas de subversivos que si seguían predicando, los iban a matar. Lejos de atemorizarse, estos hermanos continuaron predicando. Por esta causa fueron prendidos. Se les dijo que como predicaban a Cristo, iban a morir como él. Ante la sorpresa de todo el pueblo, los subversivos crucificaron a los dos hermanos. Colgados en las cruces, los hermanos gritaban a los otros creyentes que nunca desmayaran, que siguieran adelante predicando el evangelio y que cumplieran con la Gran Comisión. “Aunque muramos,” decían, ” el Señor sigue vivo para estar con ustedes y ayudarlos”.


Nos falta retomar la tarea encomendada por Jesús como un asunto prioritario. Desarrollar esta labor a veces nos atemoriza al que dirán, al rechazo, la indiferencia, el peligro, la necesidad económica y tal vez hasta una sonrisa burlona. Pero nada debe impedirnos seguir adelante. Entendemos que no estamos solos. Dios prometió estar con nosotros y nos ayudará en cualquier dificultad que tengamos.


Consideremos al apóstol Pablo evangelizando con mucho ánimo. Con vehemencia predicó en Listra y fue apedreado. Lo sacaron fuera de la ciudad pensando que estaba muerto, pero el misionero se levantó en medio de sus discípulos y … ¡volvió a la ciudad! Al otro día partió hacia Derbe y siguió predicando. ¡Qué pasión por las almas!


Sueño que llegue el día en que la gente en Latinoamérica diga de la iglesia como en los tiempos primitivos: “…estos que trastornan el mundo entero también han venido acá”. Hace falta potenciar la Gran Comisión. La parte que nos toca es trabajar. Dios hará su parte y lo hará bien. Damos vueltas, realizamos planes, nos reunimos en sesiones tras sesiones y no pasa nada. ¿Por qué? No le consultamos al Espíritu Santo. No cumplimos con los requerimientos. Tenemos que humillarnos, orar, buscar el rostro de Dios y convertirnos de todos nuestros malos caminos. Hay que ir a todas las naciones.


Dios está levantando a los Elías de hoy que hagan descender fuego del Espíritu sobre un sacrificio de verdadera adoración. El Señor nos llama a predicar la Palabra de Dios a tiempo y fuera de tiempo. Los campos están blancos para la siega. ¡Cumplamos con la Gran Comisión!