Comunión responsable
“Si andamos en luz como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” I Juan 1:7
Si entendiéramos apropiadamente lo que significa tomar la comunión en la reunión con los redimidos y en presencia del Señor, seguramente descubriríamos la bendición, el encanto y la virtud que de esa experiencia se desprende. Desafortunadamente en muchos casos a la comunión nos acercamos descuidadamente, sin discernir lo que significa comer o beber con dignidad del cuerpo del Señor.
No existe en la Biblia una clara indicación de cada cuanto tiempo debemos tomar la comunión, algunas iglesias la toman el primer domingo de cada mes, otras inclusive lo hacen al final del año, pero lo que sí se indica es la actitud correcta para acercarnos a los elementos que representan el cuerpo y la sangre del Señor, y además se nos exhorta a mejorar nuestras actitudes hacia los demás.
Románticamente algunos insisten que debemos promover comunión con todos y que en la iglesia estamos para amarnos los unos a los otros, sin embargo la realidad no es esa, pues a veces ni nosotros mismos estamos creando las condiciones apropiadas para la verdadera comunión, solemos ser desleales, altaneros, desconfiados, calculadores, amantes del protagonismo, orgullosos, murmuradores, resentidos y llenos de muchos otros prejuicios que atentan contra la santidad de la iglesia, esto sin mencionar los pecados ocultos que no se confiesan y que tanto daño hacen a la Iglesia de Dios. Solemos barnizar muy bien nuestras fachadas, pero nunca reparamos el interior que puede estar carcomido por el falso concepto de honorabilidad que tanto nos gusta proyectar.
Sin una genuina conversión a Jesucristo la comunión no es posible, podrá haber simpatía y hasta cierta afinidad, diplomacia, modales educados, sonrisas y una que otra visita a un enfermo, pero en el fondo nos falta una más auténtica comunión, y un más verdadero compartir con los necesitados, como expresión verdadera e imitación de lo que fue la iglesia del primer siglo. No es que se pretenda crear una iglesia exclusiva de super santos, pero si se trata de ser celosos en cuanto a quiénes no evidencian con sus frutos una conversión genuina a Jesucristo. Basta leer las epístolas y las cartas a las 7 iglesias del Apocalipsis para descubrir que es lo que espera el Señor de sus redimidos. Un poco de levadura leuda toda la masa y también dice la Palabra de Dios que la luz y las tinieblas no pueden tener comunión. Si nuestras obras son malas, y nuestras intenciones no son puras, poco importa que hayamos nacido en el seno de una iglesia evangélica o tengamos años de ser profesantes.
San Pablo nos encomienda a que nos examinemos a nosotros mismos para ver si estamos en la fe: “Examinaos á vosotros mismos si estáis en fe; probaos á vosotros mismos. ¿No os conocéis á vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros? si ya no sois reprobados” (2 Corintios 13:4-6)
Algo que por supuesto debemos tener siempre en cuenta es que en una iglesia no todos son convertidos genuinamente al Señor, sin embargo figuran con cargos y toman la comunión. ¿Es esto critica? No, es reflexión a partir de lo que dicen las Escrituras. La instrucción, exhortación y aún la disciplina se subestiman, contristando así el Espíritu de Dios; como consecuencia muchas familias están debilitadas como dice Pablo hablando a los Corintios en el capitulo 11. La alabanza es pobre, la oración escasa, la lectura de la Biblia mínima, el testimonio sin frutos, el amor a Dios carece de expresión. Todo esto fue lo que quiso reparar Elías en los tiempos de mayor apostasía, cuando el altar de Jehová estaba arruinado.
Continuamente vivimos reaccionando a estímulos exteriores, por ejemplo, que opinan de mi, que impresión espero crear, que poseo, etc., nuestras formas egoístas de proceder, la imagen de lo superficial y las cosas perecederas absorben la gran parte de nuestras energías y tiempo. Solemos estar tan ocupados en lo material y en lo superfluo que descuidamos el cultivo de una devoción espiritual que nos acerque más a Dios y al prójimo.
Cuando el creyente es guiado por el Espíritu Santo toma conciencia de su verdadera identidad y propósito de la redención de su alma, se tornará más humano y menos humanista, dará en todo la prioridad a Dios, se normará por lo que la Palabra de Dios dice y tratará de vivir inmerso en ese ámbito de gracia viviendo en el Espíritu y no en los deseos de la carne. Podrá discernir entre el trigo y la cizaña, y tendrá un celo verdadero por las cosas de Dios. Tomará la cena con dignidad y reverencia y dará toda honra y honor a Jesucristo. Confesará sus pecados y buscará una comunión más plena con el Espíritu Santo.