Avivando el fuego
En las Escrituras se habla de muchas clases de fuego, pero uno de ellos, el fuego de Dios en los creyentes, debe ser atendido y avivado en estos días de apostasía.
“Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, respondió Juan diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Lucas 3:15-17)..
Palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Fuego vine a echar en la tierra”. Esto dijo nuestro Señor, son sus palabras. ¡Bendito Jesús! “Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?” (Lucas 13:49).
Señor, tú eres el mismo ayer, hoy y por los siglos. No hay ni una sombra de variación en tu persona ni en tu obra gloriosa. Te bendecimos, Señor. Nosotros sabemos que no hay Dios fuera de ti. ¡Gloria a tu nombre! Que no hay Salvador fuera de nuestro Señor Jesucristo. ¡Gracias, Señor! Que tu Santo Espíritu nos socorra esta mañana para compartir tu palabra. Ayuda, Señor, a tu siervo para compartir y a tu pueblo para recibir tu preciosa palabra. ¡Bendito eres tú, Señor!¡Bendito es el nombre del Señor!
El fuego en las Escrituras
Hermanos: estas palabras de nuestro Señor nos inspiren esta mañana. Él dijo que había venido a la tierra a echar fuego sobre la tierra. El fuego está asociado con el Señor, está asociado con Dios de distintas maneras en la Escritura. Todos conocemos la historia de la zarza. Cuando la zarza ardía y Moisés se acercó y Dios le habló desde la zarza ardiendo, la zarza no se consumía. Pero desde ese lugar habló en llama de fuego el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob para enviar a su siervo Moisés.
El profeta Ezequiel, cuando ve la visión del trono de Dios en el cap. 1, dice que era como una semejanza de fuego en derredor de ese trono establecido en el cielo. También Isaías, vio cómo, con un carbón encendido sacado del altar que estaba delante del trono de Dios, viene un ángel, un serafín hacia él, porque hay fuego delante de Dios.
El profeta Habacuc lo dice con estas palabras, con respecto también al trono de Dios: “Su gloria cubrió los cielos, Y la tierra se llenó de su alabanza. Y el resplandor fue como la luz; Rayos brillantes salían de su mano, Y allí estaba escondido su poder. Delante de su rostro iba mortandad, Y a sus pies salían carbones encendidos. Se levantó, y midió la tierra; Miró, e hizo temblar las gentes…” (Hab. 3:3-6).
El fuego está asociado con el poder, con la majestad, con la autoridad de nuestro Dios.
Juan, cuando vio al Señor Jesús en la isla de Patmos, dice que los ojos del Señor eran como llama de fuego. Cuando uno ve a una persona no se fija primero en su ropa, ni en sus pies, ni en su cabeza. Lo que más llama la atención es la mirada. Si alguien nos mira con amor, lo sabemos; si alguien nos mira enojado, lo sabemos. Los ojos del Señor impresionaron a Juan y cayó como muerto a sus pies. Sus ojos eran como llama de fuego.
Pero ese no es nuestro tema esta mañana.
El fuego de la prueba
El fuego en la Escritura también está asociado con la prueba. En Isaías dice: “Cuando pases por el fuego, no te quemarás … cuando pases por las aguas, yo estaré contigo” (Is. 43:2). “Cuando pases por el fuego, no te quemarás”, porque cuando el Señor está con nosotros, ni el fuego puede arder en nosotros. Hay fuegos de prueba. “Amados – dice el apóstol Pedro – no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese” … Esto ocurre en el mundo entero: hay una prueba permanente sobre todos los hijos de Dios. Y en el primer siglo, una prueba de fuego y de persecución había sobre la iglesia de Dios.
Pero también nuestra fe es probada. Así como el oro se prueba con fuego, así también nuestra fe ha de ser probada por fuego.
Pero no es tampoco el fuego de prueba el tema ahora.
En el libro de Daniel se registra el caso de tres varones, Sadrac, Mesac y Abed-nego. Ellos declararon: “El Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo”. Ellos pasaron por el fuego, pero no se quemaron, ni olor a humo salió en ellos. También en Corintios dice que la obra de cada uno, el fuego la probará. El fuego de prueba revelará la realidad de la obra de cada uno, de la fe de cada creyente. El fuego de Dios, el fuego de la prueba viene sobre cada creyente.
Pero no es nuestro tema tampoco el fuego de la prueba esta mañana.
El fuego de aprobación
Hay un fuego también que es un fuego de aprobación. Cuando Elías el profeta desafió a los falsos profetas, a los baales, él los desafió que el Dios que respondiera con fuego, ése fuera Dios. Ustedes conocen la historia, todos los artificios que hicieron los falsos profetas y no hubo respuesta. ¡Cómo iba a haber respuesta, si Baal no es Dios! Sin embargo Elías, cuando le tocó su turno, puso el altar, lo edificó, puso la leña, puso el buey descuartizado, hizo una zanja alrededor, la llenó con agua. Cuando Elías oró, fuego del cielo descendió y consumió el holocausto, porque nuestro Dios responde. Nuestro Dios es real, vivo, verdadero. ¡Bendito sea su nombre!
Veamos cuando Moisés consagró a los sacerdotes. Esto lo voy a leer brevemente. Esto es una cita de Levítico 9. Cuando fue consagrado Aarón y hubo una reunión solemne. Dice: “Y entraron Moisés y Aarón en el tabernáculo de reunión, y salieron y bendijeron al pueblo; y la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo. Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros” (Lv. 9:23-24).
Oh hermanos, díganle a un hebreo de hebreos, díganle a un descendiente de Abraham, de Moisés, de Jacob, díganle a uno que tiene a Moisés entre sus antepasados que no hay Dios. Ellos saben por la historia, ellos lo vieron de verdad, porque el Señor con fuego del cielo quemaba el holocausto y todo el pueblo se postraba y alababa a su Dios.
El fuego de aprobación, en Crónicas. Cuando Salomón acabó de orar -cuando inauguraron el templo de Salomón, ese templo lleno de oro, tan precioso-, cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos y la gloria de Dios llenó la casa de Jehová, y los sacerdotes no podían entrar a causa de la gloria de Dios. Nuestro Dios es “fuego consumidor”, dice Hebreos. El fuego está asociado con el Señor, el fuego de aprobación. Cuando Dios aprueba, responde con fuego desde el cielo.
Pero el fuego de aprobación no es nuestro tema tampoco esta mañana.
Hay otro fuego que también está muy cercano en nuestro conocimiento del Señor. Todos hemos leído o alguna vez escuchado en los días de Abraham, cuando fuego del cielo cayó sobre las ciudades impenitentes, sobre las ciudades pecadoras, Sodoma y Gomorra. Fuego descendió, y en un instante fueron consumidas, y el humo de la ciudad subió como el humo de un gran horno. Cada vez que muestran imágenes en la televisión o en películas, acerca de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki al final de la segunda guerra mundial, y sube ese hongo, me parece que así debe haber sido algo parecido lo que vio Abraham cuando vio subir el humo como el humo de un gran horno. Si usted destapa un horno, sube un humo así que se transforma como en un hongo, porque el fuego del juicio de Dios se dejó caer en aquel tiempo.
El libro de Hebreos dice que a los que rechazan la gracia de Dios, aquellos que pecan voluntariamente, aquellos que cierran su corazón, sólo les espera una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. ¡Oh, hermanos, horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! ¡Ay de aquel que ataca al Dios vivo, porque nuestros Dios es fuego consumidor!
El fuego del juicio
El Señor Jesús habló también del fuego eterno. Pero no es el fuego del juicio nuestro tema, sólo lo menciono. Porque hay un fuego eterno preparado para Satanás y todos sus ángeles. Hay un lago de fuego donde la muerte y el Hades irán a parar; hay un lago de fuego donde irán todos aquellos que no están inscritos en el libro de la vida del Cordero. Todos los soberbios, todos los altivos, todos aquellos inteligentes, los filósofos de nuestros días, irán a parar allí, todos los que no se arrepintieron. Aun la venida del Señor será en llama de fuego, en retribución para castigar a los rebeldes, a los que no han recibido el evangelio.
Pero no es el fuego del juicio el tema que vamos a compartir esta mañana.
El fuego de Dios en los creyentes
Oh hermanos, vamos a hablar de otro fuego: el fuego de Dios en los creyentes. Eso nos interesa: la provisión de Dios para los creyentes, el fuego que te enciende a ti y que me enciende a mí, ¡esto nos interesa hoy día!
Si alguien tiene la Biblia, abra Jeremías 20:9. ¡Ayúdanos, Señor! Hemos leído muchas veces esta palabra que comienza en realidad en el versículo 7: “7Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. 8Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. 9Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude”.
Hermanos, recordemos la palabra que leímos al principio: “Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?”. El fuego del Señor se mete en lo más profundo de nosotros. Cuando está de verdad el fuego de Dios en una persona, no está solamente tocado en la parte externa suya, no es sólo un entusiasmo emocional que dura como un suspiro. Es algo mucho más profundo: ¡a los huesos mismos! Nosotros lo primero que vemos es la piel de una persona, sabemos que después de la piel viene la carne, vienen nuestros músculos, las arterias y todo lo demás. Pero todo eso es como más frágil, eso se consume más rápidamente. Lo último que se consume, si es que se consume, son los huesos. Después de los huesos está la médula, los tuétanos.
Pero, amados hermanos, el fuego del Señor se mete dentro de nosotros. Este fuego es capaz de prevalecer por sobre la depresión del profeta. Él, al ver que el mundo se le venía encima, al ver que había que había vergüenza y había afrenta por causa de la palabra que había recibido. Él tenía una encomienda; el proclamar lo que proclamaba le significaba dolor, le significaba burla, le significaba persecuciones. Él quiso escapar de eso, la prueba era demasiado grande para él, se desanimó tremendamente. Pero cuando quiso callar, fue imposible callar, porque se encontró que había un fuego metido en sus huesos. ¡Gloria al Señor, hermanos!
Hay tentaciones en el mundo, sí que las hay. Las tentaciones que afectan la carne. Sí; el que está en la carne no puede prevalecer. Hermano, grande puede ser la atracción, grande puede ser el fuego de la tentación, pero si tú tienes un fuego metido en tus huesos, de ahí saldrá la defensa, ¡Aleluya! Ningún fuego del mundo podrá atraer ni seducir ni corromper a uno que está con este fuego de Dios metido dentro de él.
¡Bendito sea el nombre del Señor, porque este fuego de Dios está presente en todos los creyentes, los que hemos recibido al Señor en nuestros corazones! ¿Cuántos tienen al Señor en su corazón? (¡Amén!). ¿Cuántos han recibido el Espíritu del Dios vivo dentro de ellos? (¡Amén!). Hay un fuego metido en tus huesos, hermano, y aunque tú quisieras callar, no lo puedes hacer. Este fuego es superior, porque más poderoso es el que está en nosotros que el que está en el mundo. No es el fuego del entusiasmo humano: es el fuego del cielo metido en el corazón de un creyente. ¿es verdad o no es verdad? ¡Aleluya, es un fuego que prevalece, es un fuego que nos hace vencedores!
El profeta también decía que las palabras, la palabra de Dios había venido a ser como un fuego en su boca. Claro, porque de la abundancia del corazón habla la boca, de lo que está claro y firmemente arraigado en lo más profundo. Eso es lo que sale a la luz. Si en lo más profundo de tu corazón tú tienes frustración y amargura, aunque tengas la apariencia más grande, tarde o temprano saldrá a luz la herida, la amargura, el dolor. Mas, si tienes un fuego metido adentro, aunque todo el mundo te quisiera apagar, ese fuego va a prevalecer, ¡y tú vas a salir confesando que Jesucristo es el Señor! ¡Confesémoslo, porque él es el Señor! ¡Jesucristo es el Señor!
¡Aleluya! Que arda ese fuego, hermanos, porque no es el entusiasmo nuestro. No es algo humano, es el Señor en nosotros.
El fuego de Juan
Juan 5:35. El Señor Jesucristo, nuestro Señor Jesucristo, da testimonio de Juan el Bautista. Dice de él, que Juan el Bautista “…era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz”. Él era una antorcha que ardía. Una antorcha es algo artesanal, es algo que mientras arde se va consumiendo, produce calor, irradia luz. “Una antorcha que arde…” Alumbraba porque ardía. Si no hubiese tenido un fuego dentro, no habría producido ningún cambio, ningún efecto. Él fue enviado como precursor, él estaba anunciando que Alguien venía. Entonces, su discurso no era un discurso poético, no era una obra literaria, no era una palabra grata al oído así sensible que pudiese decirse que era algo muy bien elaborado.
En realidad, este hombre tenía una urgencia a causa del mensaje que tenía que proclamar: “¡El Rey viene!”. Su mensaje es: “¡Arrepentios!”. Su mensaje al mundo que se supone creyente esos días, a los judíos que se supone que tenían el testimonio de Dios, es violento: “¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? ¡Haced frutos dignos de arrepentimiento!”. Era un mensaje poderoso, un mensaje que conmovía. La gente estaba absorta. Lo oían y temblaban, lo oían y reaccionaban. Él los llamaba al arrepentimiento y ellos corrían, y multitudes iban al Jordán y se arrepentían de sus pecados. Eran profundamente conmovidos. No era un simple mensaje ni era un mensaje simpático. A él no le interesaba reunir multitudes, a él le interesaba una palabra enviada de parte del Señor. Era tan importante lo que tenía que anunciar, que no podía decirle a la gente: “¿Qué opina usted de esta doctrina o de la otra?”.
Él no vino a hablar de doctrina, no vino a discutir sobre ciertos puntos del Antiguo Testamento -si eran verdaderos o no -. ¡Él estaba anunciando al Rey que venía! ¡Aleluya! Estaba tan seguro de su mensaje que no vacilaba, no trepidaba: “¡El Rey viene!”. “Viene detrás de mi uno del cual no soy digno de desatar la correa del calzado. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Estaba anunciando la venida de Alguien precioso, poderoso. ¡Qué tremendo era el mensaje! Era un mensaje urgente. Tenía que conmover a la gente, tenía que decirle: “¡Preparad el camino; prepárense, porque el Señor viene!”.
¿No se parece Juan el Bautista a nosotros, hermanos? ¿O nosotros no estamos en un tiempo parecido? Juan anunció la primera venida del Señor. Ustedes saben que los últimos tiempos están llegando. Los vemos todos los días, el tiempo del fin está cercano. Pero nosotros no decimos: “Mire, el infierno viene”. Nosotros no estamos diciendo: “Mire, la corrupción viene”, porque la corrupción ya está ahí, encima. Nos rodea todos los días la corrupción. ¡Pero nosotros tenemos un mensaje positivo! ¡El Rey viene otra vez! ¡Cristo viene otra vez!
¿Cómo habrá que decirlo, hermanos? ¿Habrá que hacer un estudio y juntar una palabra del Antiguo y del Nuevo Testamento y presentar una joya literaria? Hermanos, ¡el Señor viene!.
Hay una palabra que tiene que encendernos a nosotros en estos días. Hay un mensaje, hay una encomienda divina que pesa sobre nosotros. Hay un fuego que el Señor vino a encender, hermanos, y es tiempo que tú y yo estemos ardiendo con ese fuego. ¡Señor, Señor!
“Juan era una antorcha que ardía y alumbraba”. Lo hizo en su tiempo, fue fiel en su tiempo. Y nosotros, hermanos, como iglesia en conjunto, somos ese otro Juan. Este Juan de los últimos tiempos, que no es un solo hombre, sino que somos muchos. ¡Somos el cuerpo de Cristo, que conocemos que el Señor viene! ¡Aleluya, hermanos!
¿Cómo se lo diremos a la gente? ¿Se lo diremos muy suavemente? ¿Se lo diremos con mucha diplomacia? No sé cómo; pero lo único que sé que si el corazón nuestro se enamora del Señor y está enamorado de Cristo, hermanos, vamos a anunciar el retorno glorioso del Señor. ¡He aquí, que nuestro Rey viene! Hermanos, cantemos canciones que anuncien la venida del Señor. No nos olvidemos en las reuniones. Ojalá en ninguna reunión dejáramos de cantar y de anunciar: “¡He aquí, que viene nuestro bendito Señor!”.
Amados hermanos, ¿qué más podemos decir de esto? En realidad, al ver a Jeremías con el fuego ardiente dentro de él, al ver a Juan el Bautista que ardía y alumbraba, eso nos está mostrando a nosotros cómo quiere el Señor vernos a nosotros.
No una religión ‘light’
Hermanos, nosotros no queremos ser cristianos ‘light’, esa palabra inglesa que significa ‘superficial’, ‘liviano’, ‘fácil’. Algo que no tiene peso, que no tiene sustancia, algo que no produce ningún efecto. Estamos en una cultura ‘light’. Hasta las marcas de ciertos productos dicen que es ‘light’, no te hace daño, es ‘light’. Y hasta la religión se ha vuelto ‘light’.
Hermanos, nosotros no queremos una religiosidad liviana, no queremos algo pasajero, no queremos estar hoy día caminando con el Señor y mañana negándole. No queremos, porque no es esa la voluntad del Señor estar hoy día caminando y mañana retrocediendo. No queremos estar hoy día alabando al Señor y mañana defraudando. No queremos estar hoy día abrazando y el día de mañana odiando. No queremos con esta boca estar alabando a Dios y con la misma boca maldiciendo después. No, no queremos ninguna irrealidad.
Si hemos de ser creyentes, seámoslo de verdad. Si hemos de ser siervos de Dios, hermanos, seámoslo con los recursos de Dios. ¿Y qué dijo el Señor? “Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero si ya se ha encendido?”. Se encendió en el primer tiempo. El día de Pentecostés, lenguas de fuego vinieron sobre los creyentes. ¡Gloria al Señor! Más tarde, se reúnen los hermanos, y a la oración de esos creyentes encendidos, la casa tiembla, todos son llenos del Espíritu Santo y hablan con denuedo la palabra de Dios. Hermanos, la iglesia no puede conformarse con una medida menos que esa. Las iglesias estaban fortalecidas con el Espíritu Santo y los discípulos llenos de gozo y del Espíritu Santo.
Un fuego se encendió en aquellos tiempos… No se ha podido apagar ese fuego hasta estos días. Corrió, pasó de una cultura a otra, pasó de un siglo a otro, muchas aguas quisieron apagar este fuego, hermanos, pero de tiempo en tiempo el Señor ha ido levantando siervos una y otra vez. Hombres encendidos, hombres que comparten la palabra y esa palabra toca los corazones y los vuelve a encender.
¿Qué quiere el Señor esta mañana de ti y de mí, hermano? Ya sabemos que el Señor abomina y aborrece la tibieza. La tibieza significa que el fuego se apagó. La tibieza significa que ese fuego ya no sirve para nada, es como una ceniza que ya no le alcanza ni para rescoldo. El rescoldo sirve para cocer un pan. Pero, hermano, una ceniza tibia no sirve para nada. El fuego debe encenderse otra vez. Pero para que se encienda un tibio, tiene que arrepentirse primero de corazón, arrepentirse de todas aquellas cosas que hicieron que el fuego se fuera apagando.
El fuego del mundo
Oh hermanos, hay otro fuego que no lo he mencionado. ¿Recuerdan ustedes que cuando el Señor estaba preso, estaba atado, estaba en el patio de Anás o del sumo sacerdote, Pedro se juntó con la gente que estaba ahí, los soldados y otros, ellos tenían un fuego y él fue a calentarse en ese fuego? Ya no tenía él fuego dentro, necesitaba el fuego que estaba afuera, el fuego en que el mundo se calienta.
Si tú necesitas el calor del mundo, necesitas la alegría del mundo, si para ser feliz necesitas los chistes del mundo, la alegría del mundo, la música del mundo, el deporte o los ídolos del mundo, entonces te pasará como a Pedro: estás pronto a negar al Señor. Si te estás calentando con el fuego del mundo, si tu alegría y tu atención y tu preocupación son el fuego que viene de la tierra, entonces no me extrañaré, no nos extrañaremos si mañana estás negando al Señor, ¡estás a punto de negarlo!
Pero, hermanos, es el tiempo de volvernos. Es el tiempo de volver a ser, hermanos. ¿Se acuerdan de la palabra compartida hace unos días cuando Cleofas y su compañero, camino a Emaús, el Señor Jesús les habla, les abre las Escrituras y les habla de Cristo en las Escrituras y el corazón de ellos comienza a arder? Porque ésta es la voluntad del Señor: Cuando Cristo es compartido, hermanos, el corazón comienza a arder otra vez. ¡Aleluya, hermanos, qué precioso es Cristo para nosotros! ¡Qué precioso es descubrir al Señor en las Escrituras! ¡Qué precioso que el Señor no trajo una doctrina para que mi mente estuviese satisfecha!
Un fuego que divide
No hermanos, el Señor no trajo una doctrina simplemente para que yo pasivamente la analizara. No, el Señor vino a echar fuego en la tierra. “¿Y qué quiero si ya se ha encendido?”, dijo el Señor. De aquí en adelante, dijo, estará dividido. “¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: no, sino disensión. Porque desde aquí en adelante cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos, y dos contra tres. Estará dividido en padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra” (Lucas 12:51-53). ¿Qué es este fuego de división, hermanos? Porque uno querrá andar por el camino del Señor y si el otro no quiere caminar, se producirá una división.
Hermanos, yo quiero caminar con el Señor. Yo quiero seguir al Señor, yo quiero andar con Cristo todos los días de mi vida. ¡Bendito sea el Señor! ¡Aleluya, hermanos!
Conociendo lo que viene, conociendo el fuego de juicio que está por delante y habiendo venido el bendito Salvador, ¿cómo no le vamos a amar de todo nuestro corazón, aunque eso signifique apartarse de alguien? Hermanos, lo haremos, aunque esa sea la persona más íntima; pero nosotros amaremos al Señor y si alguien quiere estar con nosotros tendrá que amar al Señor también. ¡Te amo, Señor Jesús! ¿Amas al señor, hermano? ¿Quieres declararle tu amor? ¡Te amo, Señor Jesús! ¡Aleluya, aleluya! Que todo otro fuego se apague. No necesito el gozo que viene de otro fuego. ¡Me gusta el fuego de Dios, ese fuego que quema, que arde por dentro, que nos hace estar activos en la obra de Dios!
Fíjense, hermanos, que aquí el Señor se salta un parentesco. Por lo menos aquí en Lucas 12:53 habla del padre, del hijo, de la madre a la hija, la hija a la madre, la suegra a la nuera, la nuera a la suegra. Pero el Señor se salta un parentesco, no dice el hermano del hermano. Debe ser para que no nos confundamos, porque cuando yo me abrazo con un hermano que tiene a Cristo en su corazón, mi corazón arde de nuevo, mi corazón se vuelve a gozar. ¡Aleluya!, porque cuando está Cristo en tu corazón y en el mío, los hermanos no se dividirán, los hermanos no se entregarán unos a otros.
Oh, amados hermanos, el fuego adentro, el fuego adentro…
Tres jóvenes con el fuego adentro
Antes de concluir esto (porque todavía hay algo más que compartir), quisiera hacer una pequeña mención a lo que dice la palabra de Daniel, capítulo 3:16: “Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto”. Sadrac, Mesac y Abed-nego eran hebreos, estaban cautivos en Babilonia, Nabucodonosor era el rey, y ellos le hablan al rey con esta certeza: “No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no…” -mire qué tremendas estas palabritas- y si no… o sea, y si no nos librara, “…sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado. Entonces, Nabucodonosor se llenó de ira y se demudó el aspecto de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego, y ordenó que el horno se calentase siete veces más de lo acostumbrado. Y mandó a hombres muy vigorosos que tenía en su ejército, que atasen a Sadrac, Mesac y Abed-nego, para echarlos en el horno de fuego ardiendo. Entonces estos varones fueron atados con sus mantos, sus calzas, sus turbantes y sus vestidos, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiendo. Y como la orden del rey era apremiante, y lo habían calentado mucho, la llama del fuego mató a aquellos que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Y estos tres varones, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo. Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses”. ¡Bendito sea el nombre del Señor!
“Sadrac, Mesac y Abed-nego”, dijo Nabucodonosor, “siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían”. ¡Oh, Señor! Luego, Nabucodonosor diría: “…por cuanto no hay dios que pueda librar como éste”. ¡No hay dios que pueda librar como éste!
Hermanos, es impresionante pensar en ese horno calentado siete veces. Los que hemos visto un incendio grande, una llama, no se imagina siete veces calentado. Los que se acercaron se quemaron. ¡Impresiona ese fuego! Ese fuego rompió las ligaduras.
Pero a mí me impresiona más otro fuego. Me impresiona más que, antes que el milagro ocurriera, estos hombres tenían un fuego adentro. Pudieron enfrentar a todo el consejo del rey. No aceptaron humillarse ante una estatua, no quisieron adorar un dios extraño. Entonces dijeron: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”. ¡Ese fuego me impresiona!
Habría sido tan fácil condescender. Habría sido tan fácil evitarse los problemas. Todo el mundo dice que hay que hacer las cosas de esta manera, hay que hacer lo que el mundo dice que hay que hacer. Hay que usar la ropa que el mundo dice que hay que usar. Hay que oír la música que el mundo dice que hay que oír. Hay que llamarle arte a lo que el mundo dice que es arte. Es tan fácil irse en la corriente del mundo. “¿Para qué nos hacemos problemas?”. Aun la autoridad más importante del mundo en aquellos días, Nabucodonosor, él viene en persona a desafiar a estos hombres y a amenazarlos con el fuego. Aun la autoridad más importante del país puede decir: “Esto es bueno, esta tolerancia es buena, esta ‘onda’ es buena”. No nos interesa lo que diga, aunque sea la primera autoridad de esta república. ¡A nosotros nos interesa lo que dice Dios! ¡Qué importa que se levante el presidente, el gobierno y el ejército entero! ¡Nuestro Dios está en los cielos! ¡Jesucristo está a su diestra intercediendo! ¡Ellos mismos tendrán que dar cuenta un día! ¡Y nosotros tenemos a Cristo revelado en nuestros corazones! Nos prohíban lo que nos prohíban, nos inviten donde nos inviten, nos traten de arrastrar donde nos quieran arrastrar, ¡hay un fuego ardiente en nuestros corazones! ¡Bendito sea el nombre del Señor! ¡Así como estos hombres desafiaron al rey!
Hermano, ¿qué es lo que te está tentando a ti? ¿Quieres la amistad del mundo? ¿Quieres aplaudir lo que el mundo aplaude? ¿Quieres vivir, quieres bailar a la comparsa del mundo? ¿Hay un vicio del mundo que te quiere atrapar? ¿Qué fuego te va a consumir? Hermano, ¿qué tentación, qué pornografía, qué sensualidad, qué carnalidad? Estos días, nuestro país ha sido sacudido, hermanos, por todos estos escándalos sexuales, por esta corrupción tan grande. No ha habido otro tema estos días en las noticias. ¡Cómo sufre esta patria!
Que el Señor libre a la iglesia de esto. Que el Señor libre a los creyentes de esto. Hermano, huyamos, no queremos ese fuego. ¿Podrá el fuego del adulterio, de la fornicación, del pecado sexual, apagar a un hijo de Dios, o enredarlo con cadenas, y atarlo y caer en la misma concupiscencia? ¿No hay, acaso, un fuego ardiendo dentro de nosotros, capaz de librarnos? ¿Será el buen consejo, será la