Cuando la gloria de Dios se va

Cuando la gloria de Dios se va


La pérdida de la gloria de Dios es la peor desgracia que podía ocurrirle a Israel, y es la peor desgracia que puede ocurrirle también a la Iglesia.


1 Samuel 4:17-22: “Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años. Y su nuera la mujer de Finees, que estaba encinta, cercana al alumbramiento, oyendo el rumor que el arca de Dios había sido tomada, y muertos su suegro y su marido, se inclinó y dio a luz; porque le sobrevinieron sus dolores de repente. Y al tiempo que moría, le decían las que estaban junto a ella: No tengas temor, porque has dado a luz un hijo. Mas ella no respondió, ni se dio por entendida. Y llamó al niño Icabod (*esto es, “sin gloria”), diciendo: ¡Traspasada es la gloria de Israel! por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su marido. 22 Dijo, pues: Traspasada es la gloria de Israel; porque ha sido tomada el arca de Dios”.


Este pasaje que hemos leído se ambienta al final del período de los jueces, un período oscuro en que juzgaron a Israel jueces como Sansón, que no tuvieron la suficiente revelación de Dios para conducir al pueblo por el camino recto.


Al final de este oscuro período encontramos a un hombre que se llama Elí, que a esta sazón -en la lectura que hemos hecho- era ya un hombre viejo. Poco más arriba nos dice que tenía noventa y ocho años. Este era el juez, la máxima autoridad de Israel. Pero en su vejez, sus dos hijos, Ofni y Finees, se habían corrompido, habían corrompido el sacerdocio, habían llegado a un estado tal que Dios estaba cansado de soportarlos. Y en ese instante Dios llama a Samuel, siendo todavía un niño.


Quitada es la gloria de Israel


Nosotros conocemos toda esa historia. Sin embargo, antes que Samuel comenzara su ministerio, encontramos es-te episodio. Los filisteos han capturado el arca y esta noticia provoca una serie de descalabros, entre ellos la muerte del propio Elí. En la batalla habían muerto sus dos hijos y he aquí la mujer de uno de ellos -que estaba embarazada- da a luz. La mujer alcanza a exclamar una palabra, que fue finalmente el nombre que llevó este niño. Esta exclamación: “Icabod”, refleja muy bien lo que significaba para ellos la pérdida del arca.


El arca era el mueble en el cual estaba contenido el testimonio de Dios. Había maná, estaba la vara de Aarón y estaban las tablas de la Ley. Pero en realidad lo más importante del arca no eran esos objetos que contenía, sino que era que la gloria de Dios. La presencia de Dios descendía sobre ese mueble, sobre el propiciatorio que era la cubierta, porque en ese lugar cada vez que eran sacrificados los animales una vez al año, Dios descendía, miraba la sangre y se producía en ese momento, por esa sangre, el perdón de los pecados del pueblo.


El arca era el lugar donde Dios habitaba. Esa arca estaba en un lugar en un ambiente muy santo, santísimo, construido según las especificaciones que Dios había dado a Moisés en la Ley. El arca era el símbolo de la presencia de Dios y de la gloria de Dios.


Cada vez que el pueblo tenía problemas, teniendo el arca, ellos se sentían seguros, porque Dios estaba con ellos. Cuando ellos tuvieron que atravesar el Jordán, las instrucciones de Dios fueron precisas: el arca debía estar sobre los hombros de los sacerdotes para que el pueblo pasara en seco. Si el arca estaba allí, las aguas se iban a detener. Fue el primer gran milagro que presenció el pueblo de Israel con el arca.


Sin embargo, los días habían pasado, los tiempos habían cambiado. Israel comenzó a alejarse de Dios, se empezó a llenar de pecados, de idolatría. Y aquí, cuando se produce esta batalla contra los filisteos, ellos dijeron: “Traigamos el arca. Si el arca está con nosotros en el campo de batalla, los enemigos tendrán que huir. Es una victoria asegurada para nosotros”. Lo hicieron así. Sin embargo, no ocurrió como ellos esperaban.


Aunque cuando llegó el arca hubo una gran algarabía, tanto, que la tierra tembló, y los filisteos se desconcertaron, los filisteos derrotaron a los israelitas, tomaron el arca y se la llevaron.


Esa era la peor noticia que podía darse a un israelita, y esa fue la noticia que provocó la muerte de Elí, y el parto apresurado de esa mujer que dio a luz. No les preocupaba tanto la muerte de Ofni y Finees, ni a Elí ni a la mujer. El mayor impacto lo produjo la pérdida del arca. ¡Quitada es la gloria de Israel!


¿Qué puede hacer el pueblo de Dios cuando la presencia de Dios le es quitada? Si Dios está en el centro, si él es el motivo por el cual ese pueblo existe; si ese Dios es el que lo guía, el que lo conduce, el que lo defiende, el que lo asiste, ¿qué es de ese pueblo sin su Dios?


Por causa de su pecado, de su apostasía, Israel perdió el arca. Sin embargo, nosotros al leer los capítulos siguientes encontramos que Dios mismo, en su gracia, en su misericordia, él defendió su propio testimonio, y él atacó a los filisteos con tumores cancerosos, con una intranquilidad muy grande en su corazón, de tal manera que ellos se vieron obligados a devolver el arca. Ninguna mano humana pudo recuperarla: Dios mismo la hizo retornar. Eran los días en que Dios todavía tenía misericordia de su pueblo y él mismo sale en defensa de su testimonio. Él considera que aún el pueblo de Israel todavía es digno de tener su testimonio y su gloria en medio de ellos.


Otra época, pero la misma pérdida


Sin embargo, avanzamos más en las Escrituras, y llegamos hasta el libro de Ezequiel. Les invito para que vayamos a Ezequiel capítulo 10. Aquí encontramos al pueblo de Israel en otra época, en otra circunstancia histórica. Y aquí tenemos que el pueblo de Dios de nuevo ha perdido la gloria, ha perdido la presencia de Dios.


El título que aparece en este versión de la Biblia (la Reina-Valera) dice: “La gloria de Dios abandona el templo”.


¿Qué puede ocurrir, qué puede haber ocurrido para que la gloria de Dios abandonase el templo, el lugar de su habitación, ese lugar santo donde él había hecho morada, en ese templo ubicado en medio de Jerusalén, la ciudad santa? ¿Qué habrá ocurrido para que la gloria de Dios abandonara el templo? Después de este capítulo 10 nosotros encontramos sólo desolación y destrucción. Vinieron los babilonios, Nabucodonosor y sus ejércitos, y luego que la gloria de Dios abandonó el templo, el templo fue destruido y quemado. Llegó a ser una ruina, el templo y la ciudad entera. Aquella que en otro tiempo había sido alabada por todas las naciones, la ciudad admirada llegó a ser un lugar de oprobio y de vergüenza.


Las causas de la pérdida


Las causas de esto las encontramos en el capítulo 8. Ezequiel recibió, estando cautivo en Babilonia, en el sexto año de estar allí… Dice que estaba en su casa, con los ancianos de Judá, también cautivos, y entonces el Señor lo tomó y lo llevó en visión a Jerusalén para mostrarle cuál era la razón, la causa de por qué Dios había decidido retirar su gloria, de ese lugar; por qué causa Dios había decidido traer juicio sobre Jerusalén y sobre Israel -sobre Judá, específicamente-. Dice que tomó a Ezequiel y lo trajo, como dice en el versículo 3, a Jerusalén, “a la entrada de la puerta de adentro que mira hacia el norte, donde estaba la habitación de la imagen del celo, la que provoca a celos”.


Un ídolo en la entrada


Aquí encontramos la primera razón de la molestia del Señor, de la ira, de su desagrado: a la entrada misma, por el norte, había un ídolo. ¡Un ídolo a la propia entrada del templo en Jerusalén! Una imagen, y que, naturalmente, provocaba a celos al Señor. ¿No les había dicho él en la Ley, en Éxodo 20 que no se debían ni crear imágenes de cosa alguna bajo el cielo, ni menos inclinarse ante ellas y adorarlas? Era el mandamiento tal vez más importante porque era la mayor ofensa que se podía hacer hacia el Dios invisible, crear un ídolo y ponerlo en el propio lugar donde Dios había querido habitar.


El verso 4 dice: “Y he aquí, allí estaba la gloria del Dios de Israel, como la visión que yo había visto en el campo”. Todavía está la gloria aquí. A pesar de que está esa imagen, todavía la paciencia de Dios ha esperado hasta este momento. Continuamos leyendo en el verso 5, y dice: “Y me dijo: Hijo de hombre, alza ahora tus ojos hacia el lado del norte. Y alcé mis ojos hacia el norte, y he aquí al norte, junto a la puerta del altar, aquella imagen del celo en la entrada. Me dijo entonces: Hijo de hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de mi santuario?”


Le pregunta el Señor a Ezequiel: “¿No ves lo que ellos han hecho? Han construido esa abominación para alejarme de mi santuario”. No es Dios que se quiere ir. Es que ellos le están alejando, es que ellos le están provocando a celos, le están ofendiendo en lo más íntimo.


El pecado de los ancianos


“Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores. Y me llevó a la entrada del atrio, y miré, y he aquí en la pared un agujero. Y me dijo: Hijo de hombre, cava ahora en la pared. Y cavé en la pared, y he aquí una puerta. Me dijo luego: Entra, y ve las malvadas abominaciones que éstos hacen allí. Entré, pues, y miré; y he aquí toda forma de reptiles y bestias abominables, y todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor. Y delante de ellos estaban setenta varones de los ancianos de la casa de Israel, y Jaazanías hijo de Safán en medio de ellos, cada uno con su incensario en su mano; y subía una nube espesa de incienso. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿has visto las cosas que los ancianos de la casa de Israel hacen en tinieblas, cada uno en sus cámaras pintadas de imágenes? Porque dicen ellos: No nos ve Jehová; Jehová ha abandonado la tierra”.


He aquí la segunda causa de por qué Dios había decidido alejarse de su santuario y quitar de allí su gloria. Setenta ancianos… Los ancianos representaban la autoridad en Israel, eran los hombres respetables, los más sabios. Ellos, en un número de setenta, estaban contemplando esa pared llena de imágenes de ídolos, de figuras de repti-les y bestias abominables.


A Ezequiel le sorprende mucho que entre esos setenta estuviera uno llamado Jaazanías hijo de Safán. Safán, treinta años antes, aproximadamente, había sido uno de los que había participado del hallazgo del libro de la Ley. Cuando se produjo ese hallazgo en la casa de Dios, le llevaron el libro al rey Josías, y Josías, al leer el libro, se humilla, se arrepiente, y se produce una restauración del culto y de la gloria de Dios en Israel. Ese había sido Safán.


Y ahora está su propio hijo aquí, Jaazanías, dirigiendo esa visión idolátrica de esos ídolos pintados en las paredes. ¿Se puede entender cómo, después de treinta años apenas, de que Israel había vivido todo un avivamiento de la fe, una recuperación de la Palabra, ahora estaban en esta apostasía? Parece difícil de aceptar y de creer. Ellos estaban en tinieblas, en lo oscuro, cada uno en sus cámaras secretas pintadas de imágenes. Noten ustedes lo que ellos decían: “No nos ve Jehová, Jehová ha abandonado la tierra”.


Cuando el pueblo de Dios llega a esa condición de decir: “No nos ve Jehová, Jehová se ha ido, no está; podemos hacer lo que nosotros queramos, estamos aquí escondidos en esta cámara, nadie nos ve, Jehová tampoco nos ve”… Cuando se ha llegado a ese estado de inconsciencia de la presencia de Dios, cuando se niega que él pueda contemplarlo todo y juzgarlo todo, se pierde el temor. “Dios está lejos, nosotros estamos acá. Nadie nos observa.” Esta es una de las señales de la apostasía.


El pecado de las mujeres


Sin embargo, no era todo, era el comienzo. Porque el Señor le dice en el versículo 13: “Me dijo después: Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que hacen éstos. Y me llevó a la entrada de la puerta de la casa de Jehová, que está al norte; y he aquí mujeres que estaban allí sentadas endechando a Tamuz”.


Tamuz era un ídolo procedente de Babilonia. Tamuz aparecía representado en las figuras de los babilonios como un niño en brazos de su madre. Según las fábulas paganas de Babilonia, Nimrod – el creador de la torre de Babel y de esas ciudades babilónicas allá en Génesis – fue constituido en dios; y cuando Nimrod murió, renació o se manifestó de nuevo en un hijo suyo, y ese hijo se llamaba precisamente Tamuz. La madre de ese niño se llamaba Astarot. En realidad, ese nombre, Astarot o Astarté, es uno de los muchos nombres que esa mujer adoptó. En casi todas las culturas, en casi todos los pueblos del mundo, se encuentran vestigios de este ídolo Tamuz, de su madre y del padre, Nimrod, cuyo nombre después fue transformado en Baal.


Según Astarot, ese niño había nacido en forma sobrenatural, era como una personificación de Nimrod. Pero en realidad más allá de eso, los babilonios creían que ese Tamuz era el salvador del mundo, conforme a la promesa que Dios había hecho en Génesis capítulo 3 a Eva, y que de ella saldría el Salvador, de su descendencia, de su simiente. Entonces, el diablo, que siembra la mentira, que corrompe la verdad, que trata siempre de imitar las cosas de Dios para engañar a los hombres, habían creado toda una teología pagana en la cual Tamuz era el hijo supuestamente inmortal nacido en forma milagrosa y que él merecía por tanto la adoración de su pueblo.


Esta teología pagana que surgió en Babilonia se había infiltrado también en Israel. En muchos pueblos antiguos también aparecen estas figuras bajo otros nombres. Esa Diana de los efesios que aparece en Hechos, y que los efesios defendían en los tiempos de Pablo, era una personificación también de esta mujer, la supuesta esposa de Baal, Astarot.


Y aquí están estas mujeres judías, israelitas, estas mujeres santas, estas mujeres llamadas, convocadas a adorar al único Dios vivo y verdadero, están aquí endechando a Tamuz dentro de la propia área del templo santo. Las mujeres de Israel estaban endechando a Tamuz, estaban llorando por él. ¿Qué historias se contarían respecto de él que producían en estas mujeres el dolor, la misericordia, la emoción? ¿Qué historias se habrían inventado para ganar el favor, el corazón de las mujeres en el mundo entero?


El cristianismo hoy también ha sido infiltrado con esta teología diabólica. Hoy también está la figura de una mujer con un niño en brazos en los altares de un vasto sector de la cristiandad.


El pecado de los ministros


“Luego me dijo: ¿No ves, hijo de hombre? Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que estas. Y me llevó al atrio de adentro de la casa de Jehová; y he aquí junto a la entrada del templo de Jehová, entre la entrada y el altar, como veinticinco varones, sus espaldas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol, postrándose hacia el oriente”.


Veinticinco varones… En las Escrituras nosotros encontramos que cuando se ordenó el servicio levítico en la casa de Dios, se determinó veinticuatro turnos para que los levitas sirvieran en la casa. Por lo tanto, aquí encontramos en estos veinticinco varones un representante de cada uno de esos turnos levíticos, más el sumo sacerdote. Estos veinticinco varones son representativos entonces de aquellos varones santos que tenían que acercarse para ministrar delante de Dios. Pero, ¿en qué condiciones están aquí? Ellos están vueltos de espaldas hacia el templo y mirando hacia el sol, postrándose ante el oriente.


Adorando al sol… ¡Qué estupidez! Cuando nosotros miramos un poco la historia de los incas aquí, en el Perú, encontramos que una de sus deidades era el sol. Pero, sin duda, el pecado de los incas era mucho más pequeño que el pecado de los israelitas, que conociendo al Dios vivo y verdadero, adoraban al sol. Habiendo recibido la Ley, una Ley para un pueblo santo, apartado, ellos habían caído en la adoración idolátrica del sol, un objeto de la creación del Dios vivo y verdadero. Es una aberración, es algo que no lo podemos entender.


“Y me dijo: ¿No has visto, hijo de hombre? ¿Es cosa liviana para la casa de Judá hacer las abominaciones que hacen aquí? Después que han llenado de maldad la tierra, se volvieron a mí para irritarme… Pues también yo procederé con furor; no perdonará mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a mis oídos con gran voz, y no los oiré”.


Una aplicación


Permítanme hacer una aplicación de estas tres abominaciones que vio Ezequiel en el templo de Jerusalén a nuestra realidad. Por supuesto, lo que voy a decir es una aplicación. Usted recíbalo, o déjelo. Pero creo que hay un mensaje aquí para nosotros, para esta generación.


La primera visión que tuvo Ezequiel cuando atravesó esa pared fue la de esos hombres, esos setenta ancianos, contemplando la pared pintada con imágenes diversas, formas de animales, bestias abominables, ídolos pintados en la pared.


Quisiera aplicarlo de esta manera: Hasta el siglo XX, es decir, desde la historia pasada, desde lo más recóndito de la historia hasta el siglo XX de nuestra era, la civilización, las civilizaciones se habían desarrollado en torno a la palabra, como dicen los estudiosos. Sin embargo, desde el siglo XX en adelante, la civilización (y nosotros también estamos en ella) es una civilización centrada más y más en torno a la imagen. Desde los días en que el cine se inventó, a fines del XIX, la forma de comunicación más influyente ya no se produce tanto con el vehículo de la palabra, sino con el de la imagen. “Una buena imagen -dicen los publicistas- habla más que mil palabras”.


Aquí tenemos hombres contemplando imágenes. ¿Qué cosas habría allí dibujadas? No se nos especifica, pero dice que eran abominables, ídolos. Sin duda esos ídolos, esas figuras, estaban tomadas de los pueblos que habitaban en los alrededores de Israel. ¿Qué formas de depravaciones, qué pecados estarían figurados allí?


Cuando nosotros leemos en Levítico dice por ejemplo y nos llama la atención que lo diga: “No te ayuntarás con animal”. ¿Qué significa eso? ¿Qué clase de pecado es ése? Si Dios le da el mandamiento, por algo era, porque ellos iban a llegar a tomar la tierra y a ser vecinos de pueblos que tenían las peores costumbres, que practicaban las mayores aberraciones de todo tipo.


Cuando se habla en las Escrituras de culto idolátrico, de fornicación, de idolatría, la idolatría no era solamente tener un ídolo ahí e inclinarse ante él: era desarrollar ciertas conductas orgiásticas, depravadas, en honor de ese ídolo. No entraré en mayores detalles, porque ustedes entienden. Es la prostitución llevada al extremo. Los ídolos tenían sus sacerdotisas. ¿Creen ustedes que ellas sólo atendían los lugares ‘santos’ para limpiar y ordenar? Las sacerdotisas estaban allí para realizar, con los que acudían a postrarse ante esos ídolos, una forma de culto con toda forma de depravaciones sexuales.


Nosotros estamos inmersos en la cultura de la imagen. Imaginémonos un niño de hace trescientos años atrás. ¿Cuándo él podía ver una escena de subido tono? ¿Cuándo podía ver la imagen de una mujer desnuda en actitudes poco decentes? Hace trescientos años atrás, nunca hubiera sido posible eso. En ese tiempo, lo único que había eran esas novelas románticas.


Hoy día, ¿se dan cuenta la diferencia? Hoy día es al revés: sin que nadie haya leído jamás una novela romántica, ya lo sabe todo respecto a las relaciones sexuales. ¿Cuándo comenzó eso? ¿Cómo comenzó todo eso? Comenzó con el cine, y luego con la televisión se masificó. Por tanto, esta forma de abominación nos habla a nosotros, a mi modo de ver -y esto es una aplicación, es una interpretación que estoy haciendo-, del moderno culto a la imagen a través del cine y le televisión.


El bestialismo, por ejemplo, es un pecado que está siendo divulgado ahora mismo por algunas cadenas privadas de televisión en Europa. A las tres, cuatro de la mañana, cualquier persona que tenga TV cable puede encender su televisor y ver las peores escenas. “Toda forma de reptiles y bestias abominables, y todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor”.


La depravación, se sabe cómo comienza, pero no se sabe dónde termina. Cuando el corazón del hombre se ha depravado, no le basta tener relación sexual un hombre con una mujer o con muchas mujeres, porque ya se pue-de cansar de las muchas mujeres. Entonces, en su hastío, en su cansancio, buscará hombres a ver si se sacia, y no hallándose satisfecho, a lo mejor llegará hasta los animales.


Es fuerte lo que estoy diciendo. No debiera decirse desde un púlpito. Pero aquí encontramos en las Escrituras una advertencia para los hombres y mujeres de este día. A nosotros nos da la impresión de que este Libro santo no debería contaminarse haciendo alusión a estas depravaciones. Sin embargo, lo que aquí aparece es un reflejo del pecado del hombre, de la apostasía del hombre. Y esto que estamos diciendo no ocurría en un pueblo pagano, sino que estaba ocurriendo en Israel, el pueblo escogido.


Creo que esto es una advertencia para los cristianos que hoy les gusta mirar en la pared este tipo de imágenes. El cumplimiento de estas cosas será literal cuando, dentro de pocos años, seguramente, usted va a poder colgar su televisor. Ya no va a necesitar ponerlo sobre un mueble, va a poner un clavo bien firme y lo va a colgar en la pared como un cuadro. Y si tiene dinero podrá comprar uno gigantesco que cubra toda la pared. Lo único que faltará será traerlo y ponerlo en medio de los ambientes cristianos.


Segunda aplicación


Luego, permítanme avanzar con la segunda de estas abominaciones. Las mujeres que lloran a Tamuz. Esto tiene que ver con la idolatría.


Discúlpenme los católicos que pudiera haber aquí, pero cuando el catolicismo por allá por el siglo IV quiso recibir a todo el mundo, entonces adaptó su teología a las teologías paganas y permitió que muchas de las cosas que provenían de las tradiciones y de las religiones de los pueblos paganos se introdujeran en el cristianismo. La figura de María con el niño Jesús en brazos no está tomada de las Escrituras, sino que es herencia del paganismo babilónico.


Aunque no lo quieran reconocer, los católicos tienen en María y el niño en brazos, un ídolo al cual no sólo veneran, como dicen, sino también adoran. Yo he visto imágenes -y usted también las ha visto- con muchas velas encendidas, y muchas flores. He visto la gente que se acerca y se arrodilla frente a ellas. ¿Qué es eso? ¿Es veneración solamente? ¡Eso es idolatría! Idolatría es la palabra; ese es el nombre, es el pecado.


“Mujeres sentadas… endechando a Tamuz”. ¿Cuánto de la cultura del mundo, cuánto de Babilonia, se ha infiltrado allí? ¿Cuántas de sus tradiciones?


Hay un libro que se llama “Babilonia, misterio religioso”, de Ralph Woodrow. En este libro se muestra cómo Babilonia está presente en todas las falsas religiones y también en algunos sectores de la cristiandad, introduciendo figuras, símbolos, celebraciones. Incluso las vestimentas de algunos personeros de esta ‘Babilonia la grande’ de hoy están también tipificados, dibujados, elementos del paganismo babilónico. En la forma como hacen sus templos…


Por ejemplo, que alguien explique el significado que tiene el obelisco que hay en la plaza de Roma. ¿Qué significa el obelisco, así como el que hay en la Plaza de Mayo en Argentina? Un obelisco, que es un monumento así recto, de veinte o treinta metros de alto que va disminuyendo hacia arriba. ¡Lo que eso significa, hermanos, es aberrante! Es un signo de la masculinidad. Porque los paganos acostumbraban idolatrar a la mujer por su fertilidad y al hombre también por la capacidad de engendrar.


“La reina del cielo”


En cierta ocasión, cuando se produjo el cautiverio del pueblo de Israel, hubo un remanente que huyó a Egipto para escapar de los castigos de Nabucodonosor, y el profeta Jeremías fue obligado a ir con ese remanente a Egipto. Y Jeremías, como hombre de Dios, llamó al pueblo allí en Egipto a volverse a Dios.


Y vean la respuesta que le dieron en aquella ocasión las mujeres: “La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová no la oiremos de ti, si-no que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo -‘la reina del cielo’, noten esa expresión-, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia