Saliendo de Egipto
“De esta manera hablo Moisés a los hijos de Israel; pero ellos no escuchaban a Moisés a causa de la congoja de espíritu, y de la dura servidumbre.” Éxodo 6:9
Introducción:
Hay veces en que la congoja de nuestro espíritu y la dureza de las adversidades que confrontamos no nos dejan escuchar la voz liberadora. Hay veces que estamos tan sumidos en nuestras preocupaciones, en nuestras incertidumbres y en los problemas que nos aquejan que no podemos distinguir entre las voces que nos hablan.
¿Es Dios o es el enemigo quien nos interpela? La palabra que hoy examinamos, se da en el contexto de la salida del pueblo de Israel de Egipto. Después de vivir por 430 años en el que en ese momento era el imperio más grande y poderoso de mundo, el pueblo de Israel es sacado de Egipto por la mano de Jehová. Los egipcios se habían tornado temerosos de los hebreos porque éstos “fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra” (Ex. 1:7).
Dice la palabra que a causa de ese temor los egipcios sometieron a los hebreos a impuestos y tributos onerosos, a la servidumbre y a la esclavitud. Pero cuanto más eran oprimidos, más crecían y se multiplicaban los hijos de Israel. Y como consecuencia, mayor era el temor de los egipcios.
El poder de Egipto sobre el pueblo de Israel era tal que Faraón mismo dio instrucciones a las parteras que asistían a las mujeres hebreas para que cuando éstas parieran una criatura, si era varón lo matasen. Sólo a las niñas se les permitía vivir, de en medio de esas condiciones los sacó Dios. Dice la palabra que “los hijos de Israel gemían a causa de las servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el Clamor de ellos… Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto… y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios” (Ex. 2:23-25).
Elementos en la liberación:
Hay dos elementos o cosas importantes que hacen posible la liberación de Egipto: el clamor por pare de los hijos de Israel y el reconocimiento por parte de Dios. Dice la palabra que en medio del dolor, del sufrimiento y la esclavitud los hijos de Israel clamaron a Dios y su clamor subió a Dios.
El diccionario de la lengua española define clamor como “grito, o voz que se profiere con vigor y esfuerzo. Voz lastimosa que indica aflicción o pasión de ánimo. Clamar significa “quejarse, dar voces lastimosas, pidiendo favor o ayuda”. Es decir, que no se trata de meramente orar a Dios, sino de gritar solicitando ser favorecidos por El, de quejarse a grandes voces mostrando nuestra aflicción y lo que nos acontece.
En muchas ocasiones nuestras reacciones ante la aflicción y la prueba pueden variar desde la negación, hasta la resistencia, la arrogancia, el endurecimiento de corazón y el uso de estratagemas diversas para llegar a Dios. A veces nos negamos a identificar nuestro Egipto, o pretendemos resistir y combatir la opresión con nuestras propias fuerzas, o endurecemos nuestro corazón, nos revelamos contra Dios, o hacemos promesas que no podemos cumplir o que luego olvidamos pretendiendo llevar a Dios a un intercambio de favores por sacrificios.
El segundo elemento importante en la liberación es el reconocimiento por parte de Dios. Dice la palabra que Dios miro a los hijos de Israel y los reconoció. No se trata de que Dios los viese solamente, sino que los miró y se acordó de ellos, los distinguió de las demás personas. Reconocer quiere decir “examinar con cuidado a una persona o cosa para enterarse de su identidad, naturaleza y circunstancias”. Significa registrar, mirar por todos los lados o aspectos una cosa para acabarla de comprender o para rectificar el juicio que nos hemos formado sobre ella.
Se trata de registrar algo para enterarse bien de su contenido como se hace las aduanas, o de diferenciar a una persona cuya fisonomía, por larga ausencia o por otras causas, se tenía ya olvidada o confundida. En el mundo de la medicina, se refiere a examinar a una persona para averiguar el estado de su salud o para diagnosticar una presunta enfermedad.
Es decir, que cuando Dios te reconoce, se enfoca de tal manera en ti, te examina con tal cuidado que puede comprenderte, conocer tu identidad, tu naturaleza y tus circunstancias en tal detalle que te puede diferenciar de entre los millones de personas que habitan la tierra. Cuando Dios te reconoce, te examina de tal manera que puede llamarte por tu propio nombre, el quiere averiguar tu estado completo de salud física, tu estado de salud emocional, tu estado de salud espiritual, y aun tu estado de salud financiera y económica.
Identificando nuestros egiptos:
Cada uno de nosotros tiene su propio Egipto. Para algunos su Egipto es la escasez económica, para otros su Egipto son sus relaciones con sus hijos o con sus parejas, para otros es la soledad o la falta de amor, para otros su Egipto son cargas pesadas que vienen arrastrando a veces desde su niñez, para otros son las adicciones y hábitos indeseables de lo que no se pueden liberar; otros, experimentan su Egipto en forma de un gran vacío en su vida que no alcanzan llenar con nada, para otros su Egipto se manifiesta en forma de una condición o enfermedad en su cuerpo o en el cuerpo de uno de sus seres queridos, para otros su Egipto es un pasado del cual no pueden deshacerse y dejar atrás. Y aun para otros, su Egipto es la ignorancia porque viven embrutecidos y no parece que puedan tomar decisiones acertadas en sus vidas.
Querido hermano o hermana ¿Cuál es tu Egipto en el día de hoy? ¿Cuál es tu naturaleza y condición delante de Dios? ¿Qué te apremia? ¿Cuál es tu esclavitud por la cual necesitas levantar clamor a Dios?
Algunos de nosotros tenemos más de un Egipto en nuestras vidas. Y muchos ponemos nuestra confianza y esperanza en los hombres, en la suerte, en las soluciones fáciles y aun en las fortalezas de otros. Pero hoy Dios está aquí para decirte que fuera de Él no tienes nada. El está aquí para decirte que le levantes clamor con grito y con voz lastimosa porque El quiere reconocerte, El quiere examinarte, conocer tu contenido y sacarte de Egipto.
Dios sale a nuestro encuentro:
Dice la palabra que Dios, habiendo llamado a Moisés, le dijo: “he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor… pues he conocido sus angustias” (Ex. 3:7). Dios ve, Dios oye, y Dios conoce tus angustias.
Pero en muchas ocasiones nuestras primeras reacciones ante el llamado de Dios es pensar en las imposibilidades. Queremos salir de Egipto, pero nos quedamos inmóviles e inertes ante el reto porque no nos enfocamos en la grandeza y el poderío de quien nos llama, sino que nos concentramos en los obstáculos y en nuestras debilidades.
Así también ocurrió con Moisés. La Biblia describe cómo Dios atiende las objeciones y argumentos de Moisés sobre las imposibilidades. La primera reacción y los primeros pensamientos de Moisés al escuchar el llamado de Dios son sobre sus propias incapacidades. ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel? Le responde a Jehová (Ex. 3:11).
En ocasiones nosotros también reaccionamos con imposibilidades ante el llamado de Dios. No puedo porque soy débil, no puedo porque soy feo o fea, no puedo porque soy negro, no puedo porque no hablo inglés, no puedo porque estoy sola, no puedo porque no tengo escuela, no puedo porque soy pobre. Pareciera que es más fácil identificar las imposibilidades y los obstáculos que las promesas que Dios nos ha concedido en Cristo Jesús.
Pareciera que no nos atrevemos a entrar en la tierra que fluye leche y miel. Pareciera que nos atemoriza hacer uso de nuestra fe, como si tuviésemos temor de descubrir, como se ha dicho, que Dios es una ilusión o creación del hombre para dar solución a las cosas que no entiende, que no puede solucionar por sí mismo.
Eso pareciera, pero en efecto lo que ocurre es que a veces ponemos mas atención a la voz del enemigo que a la voz d Dios, optamos por atender al rey de Egipto en lugar de atender al rey de reyes, al que vive para siempre. La palabra dice que Dios le dio a Moisés una directriz clara y específica para que fuese al rey de Egipto y le dijese “Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado…” (Ex. 3:18).
Si, amado hermano y hermana, Jehová nos ha encontrado. El ha salido a nuestro encuentro independientemente de cuál sea nuestro Egipto. Y a diferencia de los hebreos, a quienes les envió a Moisés; a nosotros nos ha enviado a uno más grande: a su hijo unigénito, a Jesús el Cristo, para que escuchemos su voz y seamos salvos. Para que oigamos su voz y salgamos de Egipto cualquiera que éste sea.
Bendito sea su nombre por siempre y para siempre ¡Amén!