¿Es normal sentirse así?
“Y lloraron los hijos de Israel á Moisés en los campos de Moab treinta días: Y así se cumplieron los días del lloro del luto de Moisés” Deuteronomio 34:8
Introducción:
Un hombre que estaba de duelo escribió: “Como me crié en Inglaterra, me enseñaron a no exteriorizar mis sentimientos. Aún me parece oír a mi padre, un ex militar, diciéndome con los dientes apretados:’ ¡No llores!’, cuando algo me producía dolor. Cuando tenía 56 años, vi morir a mi padre. Aunque sentí una pena inmensa, al principio fui incapaz de llorar”.
Personajes bíblicos que lloraron
La Biblia fue escrita por hombres quienes eran un pueblo expresivo. En sus páginas se encuentran muchos casos de personas que manifestaron públicamente su aflicción. El rey David, por ejemplo, quedó desolado cuando su hijo Amón fue asesinado y ‘lloró con un llanto sumamente grande’. 2º Samuel 13:35-36. “Y dijo Jonadab al rey: He allí los hijos del rey que vienen: es así como tu siervo ha dicho. Y como él acabó de hablar, he aquí los hijos del rey que vinieron, y alzando su voz lloraron. Y también el mismo rey y todos sus siervos lloraron con muy grandes lamentos”.
David lloró incluso la muerte de su traicionero hijo Absalón, que había intentado usurpar el trono. 2º Samuel 18:34 dice “Entonces el rey se turbó, y subióse á la sala de la puerta, y lloró; y yendo, decía así: ¬Hijo mío Absalom, hijo mío, hijo mío Absalom! ¬Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalom, hijo mío, hijo mío” David manifestó su dolor como cualquier otro padre.
¿Cómo reaccionó Jesús ante la muerte de su amigo Lázaro? Al acercarse a su tumba, lloró. (Juan 11:30-38.leer)
José lloró sobre el cuerpo de su padre; Génesis 50:1 “Entonces se echó José sobre el rostro de su padre, y lloró sobre él, y besólo”.
María Magdalena también lloró cuando se aproximaba al sepulcro de Jesús. (Juan 20:11-16 leer) Es cierto que el cristiano que entiende la esperanza bíblica de la resurrección no llora inconsolablemente, porque sabemos donde han ido nuestros seres amados que han muerto en Cristo Jesús, sabemos que son bienaventurados y sabemos que han de resucitar un día. “Y oí una voz del cielo que me decía: Escribe: Bienaventurados los muertos que de aquí adelante mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que descansarán de sus trabajos; porque sus obras con ellos siguen” “Porque el mismo Señor con aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero”. . Pero, como todo ser humano con sentimientos normales, el verdadero cristiano, pese a tener la esperanza de la resurrección, llora la pérdida de un ser amado (1 Tesalonicenses 4:13, 14.) “Tampoco, hermanos, queremos que ignoréis acerca de los que duermen, que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él á los que durmieron en Jesús”.
En muchas ocasiones, la opinión moderna es un mero reflejo de la sabiduría antigua inspirada de la Biblia. Dicen que debemos expresar el dolor en vez de reprimirlo. Esto nos recuerda a hombres fieles de la antigüedad, como Job, David y Jeremías, cuyas expresiones de dolor aparecen en la Biblia. Ellos no reprimieron sus sentimientos. La pregunta es ¿Cómo podemos sobrellevar el dolor? ………… Una forma de desahogarse es hablando. Después de perder sus 7 hijos y 3 hijas, y aún sus posesiones el antiguo patriarca Job escribió: “Está mi alma aburrida de mi vida: Daré yo suelta á mi queja sobre mí, Hablaré con amargura de mi alma” (Job 10:1), Job no podía contener su preocupación y dolor, tenía que desahogarse. Tenía que hablar; el dramaturgo inglés William Shakespeare escribió. “Dad palabras al dolor, la desgracia que no habla, murmura en el fondo del corazón, que no puede mas, hasta que le quiebra”.
Tras la muerte de Saúl y Jonathan, David compuso una endecha muy emotiva en la que plasmó su dolor. Con el tiempo, este canto triste llegó a formar parte del libro bíblico de Segundo de Samuel. 1:17-27 que dice “Y endechó David á Saúl y á Jonathan su hijo con esta endecha. (Dijo también que enseñasen al arco á los hijos de Judá. He aquí que está escrito en el libro del derecho:) ¡Perecido ha la gloria de Israel sobre tus montañas! ¬ ¡Cómo han caído los valientes! No lo denunciéis en Gath, No deis las nuevas en las plazas de Ascalón; Porque no se alegren las hijas de los Filisteos, Porque no salten de gozo las hijas de los incircuncisos. Montes de Gilboa, Ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros, ni seáis tierras de ofrendas; Porque allí fué desechado el escudo de los valientes, El escudo de Saúl, como si no hubiera sido ungido con aceite. Sin sangre de muertos, sin grosura de valientes, El arco de Jonathan nunca volvió, Ni la espada de Saúl se tornó vacía. Saúl y Jonathan, amados y queridos en su vida, En su muerte tampoco fueron apartados: Más ligeros que águilas, Más fuertes que leones. Hijas de Israel, llorad sobre Saúl, Que os vestía de escarlata en regocijos, Que adornaba vuestras ropas con ornamentos de oro. ¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla! ¬ ¡Jonathan, muerto en tus alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío Jonathan, Que me fuiste muy dulce: Más maravilloso me fué tu amor, Que el amor de las mujeres.
Cómo han caído los valientes, Y perecieron las armas de guerra”.
Otra cosa que puede ayudarnos aliviar la pena es llorar, llorar es bueno, alivia los dolores; además según la Biblia, hay “un tiempo de llorar”. Eclesiastés 3:1, 4. Dice: “Para todas las cosas hay sazón, y todo lo que se quiere debajo del cielo, tiene su tiempo: Tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar” Y no cabe duda de que ese tiempo llega cuando muere un ser amado. Podemos hablar mucho o con muchas personas, podemos llorar mucho, pero la mejor ayuda es la que viene de parte de Dios; la Biblia nos asegura en Salmo 34:18 que “Cercano está Jehová á los quebrantados de corazón; Y salvará á los contritos de espíritu”. No hay duda, que estar en comunión con Dios nos ayuda, más que cualquier otra cosa, a sobreponernos a la muerte de un ser querido. Salmo 55:22 nos dice: “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; No dejará para siempre caído al justo”.
La muerte es un cruel visitante, pero para nosotros los hijos de Dios es el comienzo de la vida eterna en Cristo Jesús, por eso aunque existe el dolor que quebranta nuestro corazón tenemos el mejor consuelo en la Palabra de Dios que nos dice: “Hasme guiado según tu consejo, Y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Salmo 73:24 y 25) “Porque sabemos, que si la casa terrestre de nuestra habitación se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos”. (2ª Corintios 5:1) “Bienaventurados los muertos que de aquí adelante mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que descansarán de sus trabajos; porque sus obras con ellos siguen” (Apoc.14:13) “Dícele Jesús: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? (Juan 11: 25 y 26) “Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno; porque tú estarás conmigo: Tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23:4)
La tinieblas que vemos en el valle de sombra y de muerte, para nosotros los hijos de Dios no es en realidad la muerte, es el comienzo de una vida plena, sí, nos hace pensar en ella y nos indica que pronto – no sabemos cuando, tendremos que enfrentarnos con este enemigo que no nos soltará hasta que la vida salga de este cuerpo. Todo ello es una realidad, mas recordemos que aquí no tenemos ciudad permanente. La muerte es un paso transitorio de este valle de lágrimas hasta la Celica Mansión. Preparémonos para tomar este paso, el cielo nos espera, nuestro Padre Celestial nos espera para que moremos en la morada que Él nos ha preparado. Lloramos, sí, lloramos amargamente, porque es normal y licito sentirse así; pero aún en el llanto y dolor somos consolados por el Señor. “Bendito sea el Dios y Padre del Señor Jesucristo, el Padre de misericordias, y el Dios de toda consolación, El cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar á los que están en cualquiera angustia, con la consolación con que nosotros somos consolados de Dios” (2ª Corintios 1: 3 y 4)