Un hombre conforme al corazón de Dios
(1 Samuel 13:14; Hechos 13:22)
INTRODUCCIÓN:
De ningún otro hombre se ha hecho una declaración tan grande como la que Dios hizo de David, hasta el punto de considerarlo conforme a su corazón. Pero, ¿qué cualidades tuvo este hombre para llegar a ser calificado de esta manera? ¿Por qué no se dijo eso de un José o de un Daniel, quienes con sus modelos de pureza podían haber encarnado mejor esa calificación? ¿A caso no fue David un hombre que reveló ese lado oscuro de la naturaleza humana, cometiendo dos pecados para los cuales no había ningún tipo de sacrificio? Entonces, ¿por qué Dios descubrió que el corazón de este hombre era parecido al suyo? Un estudio cuidadoso sobre la vida y carácter de David nos revela una de las vidas más nobles, y de las más profundas cuando se trata de la adoración hacia Dios. Solo tenemos que leer sus salmos y allí nos daremos cuenta que todo lo que este hombre escribió fue el resultado de sus vivencias. Nadie puede negar el enorme tesoro para la alabanza y la edificación que hay en cada uno de ellos. En no pocas ocasiones hemos sido consolados con una simple lectura de estas joyas sagradas.
¿Quién no se conforta cuando lee el salmo 23? ¿Quién no se inspira para amar la palabra de Dios cuando lee los salmos 19 y 119? ¿Qué decir del salmo 1 o del 34? ¿Cuánto no ha significado para muchas vidas que pasan por la misma experiencia de David su gran salmo 51? Si hay una lectura que revela el amor que David tuvo por su Dios, son sus salmos. Es cierto que su vida estuvo empañada por la presencia del pecado, sin embargo eso no eclipsó la vida del que fue tomado de detrás de las ovejas para llegar a ser el más grande rey de Israel. De él dijo su biógrafo: “Dijo aquel varón que fue levantado en alto, el ungido del Dios de Jacob, el dulce cantor de Israel” (2 Samuel 23:1) La confianza de David no estaba puesta en su propia justicia, o en su propia sabiduría; él había descubierto que la misericordia de Dios era “desde la eternidad hasta la eternidad”, y que por esa razón podía declarar su integridad, de allí que escribió: “
Júzgame, oh Jehová, porque yo en mi integridad he andado; he confiado asimismo en Jehová sin titubear. Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; examina mis íntimos pensamientos y mi corazón. Porque tu misericordia está delante de mis ojos, y ando en tu verdad” (Salmo 26:1-3) Veamos, pues, como la vida de este rey, con sus altos y bajos llegó a ser “conforme al corazón de Dios”. Dejemos que este ejemplo nos cautive imitándole en su amor a Dios. Veamos lo que hace un hombre cuando se rinde a Dios.
I. UN VARÓN BUSCADO POR DIOS
El primer rey de Israel fracasó por su desobediencia. Aun cuando fue escogido por Dios, decidió escoger su propio destino. Y mientras éste era desechado, Dios había escogido a David a quien encontró con un corazón muy distinto a su predecesor. De David se nos dice que fue tomado de los corrales, pues su oficio era pastorear ovejas. El pasaje de Samuel nos dice que “Jehová se ha buscado un varón”. Hay todo un crédito divino en el llamado que Dios extiende a los hombres. Es un privilegio muy grande saber que Dios nos haya escogido. En el salmo 89:20 se nos dice que Dios halló a David su siervo. Lo que equivale a pensar que mucho antes que Samuel lo encontrara ya Dios lo había hallado. Esta verdad permanece. El llamado de Dios es un asunto que trasciende los días de nuestro nacimiento. Aun antes de nacer, ya Dios nos había escogido. El salmo 78:70 nos dice que Dios “eligió a David su siervo”. En esto hay un asunto interesante. Una comparación entre Saúl y David nos arroja como resultado que mientras el pueblo eligió a Saúl como su rey, Dios se proveyó de un rey (1 Samuel 16:1) Entre todos los hijos de Isaí, David no era el más fornido. Era el menos “insignificante” por ser el menor de los otros siete y por el trabajo que realizaba. Sin embargo, él era un hombre fuerte y atleta. Por las historias que el mismo relata, sus pies eran ágiles como gacelas, capaces de saltar grandes impedimentos. Sus brazos habían sido adiestrados para tirar el arco y lanzar piedras con una honda. Eso explica más adelante la manera certera con la que mató a Goliat. Pero aun más, sus manos eran capaces de enfrentar a un león o un oso con tal de defender a sus ovejas. En David se conjuraron los talentos naturales junto con los dones divinos con los que fue equipado. Poseía un alma de poeta la que combinada con una particular osadía y su capacidad para dirigir.
La nobleza de su carácter se comienza a ver desde el momento mismo cuando fue invitado para estar en el palacio. Fue allí porque era músico. Por cierto que no fue invitado par a amenizar algún festín real con su música, sino porque su ejecución, a lo mejor con mucha excelencia, ahuyentaba un espíritu malo que atormentaba a Saúl después que el Espíritu del Señor le abandonó. Así llegó David al palacio como un invitado, después se quedaría como el gran rey de Israel. Dos asuntos revelan la delicadeza de su carácter durante ese tiempo. Uno fue la amistad incondicional que tuvo con Jonatán, el hijo de Saúl. Aquello fue todo un clásico cuando se habla del amor fileo. Tal fue la profundidad de aquella relación que cuando Jonatán murió, David supo de un hijo que este tuvo y que había quedado lisiado de los dos pies, a este invitó después para que se comiera para siempre en la mesa del rey (2 Sam.9). El otro asunto tuvo que ver con el rey mismo. Los celos de Saúl por David le llevaron a atentar varias veces contra su vida. Pero lo más insigne de la actuación de David se ve cuando en no pocas oportunidades le perdonó la vida a Saúl, mientras que éste buscada la forma de matarlo (1 Sam. 24:11, 12) Estas actitudes descubren por qué aquel joven era “conforme al corazón de Dios”. El Espíritu del Señor había abandonado a Saúl, mientras que la vida de David estaba poseída por él. Es muy importante saber que el Espíritu del Señor está con nosotros. Eso es una prueba que hemos sido salvados, sellados y llamados. La unción que David recibió por parte de Samuel equivalía a la misma llenura del Espíritu de Dios. Nada trae más seguridad en la vida cristiana que el saber que somos dirigidos por el Espíritu Santo. Una cosa es ser elegido por Dios y otra muy distinta es que Dios lo elija a uno.
II. UN VARÓN DADO A LA BÚSQUEDA DE DIOS
Sin duda que una de las experiencias donde David confirmó que era un varón que buscaba al Señor fue cuando acabó con el mito de Goliat. La valentía del joven guerrero de enfrentarse al temerario gigante es única en los relatos bíblicos. El hombre medía 2, 90 metros. Su armadura pesaba el equivalente a 209 kilogramos. Su sola presencia no solo impresionaba a cualquier otro hombre, sino que las palabras con las que ofendía a David, incluyendo aquellas donde decía que iba a dar su cuerpo para que se lo comieran las aves de rapiña, eran suficientes para hacer correr a los más valientes. De allí que las palabras que David dijo cuando estuvo frente al colosal hombre son una pieza de coraje: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; más yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado” (1 Sam. 17:45) Sólo los hombres que han buscado a Dios con la diligencia y certeza que tuvo David pueden usar de esta manera su nombre. Esta demostración de valentía y coraje de parte de David para enfrentarse a tan temible enemigo nos revelaban la confianza que tenía en el nombre del Señor para cualquier combate. De modo que mientras Saúl temblaba de miedo, David tuvo la osadía de enfrentarlo sin armamento alguno, pero con el poder de lo alto. ¡Ánimo querido creyente! No hay porque quedar avergonzado cuando nos enfrentamos a nuestros propios “Goliat”, si lo hacemos en ese nombre.
La verdad sigue siendo la misma: “Todo lo que pidieres en mi nombre, creyendo, lo recibiréis”. Una piedra lisa tomada del río fue suficiente para derribar aquel quien era la confiaba de los filisteos (1 Sam 17). David no se amilanó por el tamaño del gigante. El secreto de su seguridad y confianza radicaba en la comunión con su Dios. Desde aquel momento quedaría manifiesta el amor y la devoción que David tenía por su Dios. De él vienen estas palabras: “Escucha, oh Dios, mi voz en mi oración; guarda mi vida del miedo al enemigo” (Sal. 64:1). Así tenemos que aunque fue un hombre de guerra, nunca dio un paso sin antes no consultaba la voluntad del Señor. En los salmos donde basó toda su experiencia, podemos ver el alma de un hombre que estaba cerca de su Dios. A través de ellos David expresa las más inalcanzables alabanzas que se hayan hecho para el Señor. Le reconoce como el todopoderoso, en sus actos creativos. Lo exalta sobre todos los dioses, hasta el punto de decir que ellos tienen “boca, mas no hablan; pies, más no caminan; ojos, más no ven…”. Ve a Dios como el Pastor, como la Roca, Dios eterno en su misericordia, proveedor para todas las necesidades.
¿Quién no se ha edificado con el salmo 23? ¿Quién no se siente motivado cuando lee el salmo 34? El alma de poeta y músico le llevó a componer las más finas alabanzas que aparecen en el himnario hebreo. Fue tan avanzado en la música que se dice que de su propia mano compuso unos cuatro mil instrumentos musicales dedicados para la alabanza al Señor. Fue David un hombre alegre en su alabanza; de allí que decía” “¡Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra! Cantad la gloria de su nombre; dadle la gloria en su alabanza. Decid a Dios: “¡cuán admirables son tus obras!… ¡Toda la tierra te adorará, y cantará a ti! ¡Cantará a tu nombre!” (Sal. 66:1-4) Fue tal el deseo de su comunión con Dios que reunió todo lo suficiente para la construcción del templo, aunque Dios no le permitió ese propósito por ser él un hombre de guerra. En David tenemos a un hombre que se dio a la tarea de buscar a Dios. Con relación a su vida de oración, dijo: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré” (Sal. 5:3). Con relación a la meditación y lectura de la palabra, escribió: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Sal. 119:97) Y con relación a la dirección de su pueblo hacia Dios, dijo: “Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría ! y de alabanza del pueblo en fiesta” (Sal. 42:4) Y es que así debiera ser el hombre que busca a Dios. Dios debiera ser lo primero en todo para el creyente.
III. UN VARÓN CON DEBILIDAD DE QUIEN VENDRÍA EL MESÍAS
David, aunque amó profundamente al Señor, también era de carne y hueso como cualquier otro mortal. Como alguien escribió: “Para todos los que sufren de pecado, la ganancia sobrepasará en mucho a la pérdida en el crédito del hombre que agradó al corazón de Dios”. En la debilidad que mostró David frente a la tentación sexual y luego el crimen del hombre a quien traicionó, nos pone de manifiesto que cuando más cerca se está del Señor, y cuanto más él nos ha asignado para la tarea, es cuanto más se debería estar en vigilia. Un momento de ociosidad en la vida del rey le llevó a grandes tiempos de pesar, de dolor, de arrepentimiento y burla de sus enemigos; pero lo que es peor, el desagrado que esto causó ante los ojos de Aquel que le había hallado conforme a su corazón. Una tarde de ociosidad, porque David no acompañó a sus soldados a la guerra, produjo en su corazón sensual (tómese en cuenta que David había tomado otras mujeres) una tentación irresistible que le llevó a tomar del fruto prohibido. La noticia del embarazo de la compañera de pecado le hizo reaccionar de una manera que buscó a toda forma ocultar lo que había ocurrido.
El primer intento tuvo que ver que Urías, el hombre afectado por su traición, viniera y se acostara con su esposa. David buscó todas las formas, incluso hasta el de emborracharlo, pero él, siendo uno de sus más fieles soldados no podía dormir en casa cuando había que cuidar el arca del Señor (1 Sam. 11:11). David entonces tomó la decisión de ponerle en lo recio de la batalla. Fue así como le pidió a Joab, el general de sus ejércitos que pusiera a Urias en el lugar propicio para que fuera asesinado. Y así ocurrió. Pasó todo un año pero el tiempo no podía acallar la conciencia culpable de David; el salmo 32 es el resultado de esa angustia del alma. Fue entonces, cuando estando en esa condición, que se apareció el profeta Natán quien le contó el relato del hombre que tenía una sola oveja, que lo hizo reaccionar frente ! a su pecado, y con eso la confesión. Frente a las palabras de Natán: “Tú eres ese hombre”, David no tuvo sino que decir: ”Pequé contra Jehová, pequé contra Jehová” (2 Sam.12). Cuando él reconoció su pecado elevo una oración que la dejó plasmada en el salmo 51. Y esa pieza, que más una aclamación poética es una verdadera radiografía del corazón, ha servido para ayudar a todos los hombres en sus debilidades, pues después que ha sido pronunciada y confesada, también han oído en la intimidad de su ser: “También Jehová ha redimido tu pecado”. Solo cuando se tiene un corazón como el de David dispuesto a reconocer la falta, en confesión sincera y profundo arrepentimiento, vendrá un perdón instantáneo.
Las consecuencias de su pecado fueron muy notorias. Y esa una verdad permanece. Dios perdona lo que hemos hecho, pero las consecuencias, y el alcance de nuestro pecado forma parte de esa acción cometida. Pero después de todos sus azotes y la demostración de amor de sus más fieles seguidores y del pueblo mismo, llegó a cantar: “En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. Él solamente es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho” (Sal. 62:1, 2). Y el profundo reconocimiento al amor de Dios y su restauración, dijo también: “Oh Jehová, oye mi oración, escucha mis ruegos; respóndeme por tu verdad, por tu justicia. Y no entres en juicio con tu siervo; porque no se justificará delante de ti ningún ser humano” (Sal. 143:1, 2) Los hombres de Dios también son débiles, pero como dijo Pablo, “tu poder se perfecciona en la debilidad”. Al final Dios cumplió el propósito en David como lo quiere hacer con todos los hombres. Una de las palabras que deben ser recordadas son aquellas donde él dijo: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:17) Y solo para recordar en esta parte final: de David vino el Mesías prometido. No dice la Biblia que vino del linaje de Abraham o de Moisés, sino de David. Eso reveló el tipo de corazón que tuvo. Dios sigue en la búsqueda de corazones como las de este hombre, ¿será el tuyo así? ¿Te rendirás al Señor como lo hizo David en toda su vida?
CONCLUSIÓN:
Así terminan la vida de aquellos cuyos corazones son aceptos delante del Señor: “Y murió en buena vejez, lleno de días, de riquezas y de gloria”. No se dijo lo mismo de Saúl, cuya vida fue puesta en el olvido porque tuvo un corazón obstinado en desobedecer a Dios. ¿Cómo será el final de nuestra carrera? Pablo, al final de su vida, dijo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardo la fe. Por la demás, me está guardada la corana de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:7)