¡Apaga el Estofado!

¡Apaga el Estofado!


Todos saben lo que es el estofado. Es un platillo hecho de carne y verduras que pones a hervir a fuego lento en una cazuela, y que después te lo comes. Aunque el Diccionario Enciclopédico Webster ofrece otra definición. Este describe al estofado como “un estado de estar agitado, perturbado”. Esta misma definición incluye también la frase “hervirse a uno mismo en su propio caldo” -que significa, “permitir que hiervan problemas y perturbaciones; continuar en un perturbado estado mental”.


Nosotros como estadounidenses tendemos a contraponer estos dos términos de la palabra “estofado”. Cuando queremos describir nuestras agitadas emociones, por ejemplo, usamos términos de cocina. Por ejemplo:


Una persona molesta se dice que está “humeando”. Y una persona muy enojada se dice que está “hirviendo”. Cuando alguien enfurece excesivamente, se dice que su “mente está frita”. En realidad, las emociones humanas son descritas algunas veces en términos de agua: caliente, fría o tibia.


Tales expresiones abundan en el lugar de trabajo. Muchas personas describen su oficina como una “olla de presión”. La frase “subiendo la llama” significa ponerle presión. Cuando alguien es letárgico, sus compañeros dicen “alguien tiene que prenderle fuego por debajo”. Y cuando alguien no puede manejar la presión, se le dice “Si no aguantas el calor, salte de la cocina”. De la misma manera, alguien que está progresando está “realmente cocinando”.



Una casa que está sobrecalentada es descrita como estando “tan caliente como un horno”. Y de una casa fría se dice que está “tan fría como el congelador”.


En este mensaje, quiero enfocarme en la expresión “hirviéndose uno mismo en su propio caldo”. El hecho es que Jesús enseñó verdades eternas usando ilustraciones cotidianas -parábolas, historias y expresiones familiares de su día. Y yo creo que “hirviéndose uno mismo en su propio caldo” es una expresión de nuestros días que nos puede revelar mucho de nuestro caminar con Cristo.


<b>Oro para que lo que tenga que compartir contigo acerca de esta expresión te ofrezca una verdad que te cambie la vida.</b>


No hace mucho, prediqué un mensaje acerca de la necesidad de mostrar caridad a los más cercanos a nosotros. En ese mensaje, hablé del pecado de ser fácilmente provocado.


Tenía tanta convicción de lo que el Señor me había mostrado en esta área, que estaba determinado a tratar de raíz con este pecado en mi vida. Después de mucha oración y buscar a Dios, estaba convencido de que había obtenido la victoria. Incluso pensé: “por la gracia de Dios, nunca voy a ser fácilmente provocado otra vez”. Siempre me detengo y oro, cuento hasta diez y confío en que el Espíritu Santo va a calmar mi espíritu. El me va a ayudar a poner la otra mejilla y a alejarme”.


Pero bueno, mi victoria duró sólo cuatro días. Fue entonces cuando recibí una llamada telefónica de un amigo cercano -una llamada que me tomó por sorpresa. Mi amigo me dijo algo que sentí como si me estuviera cortando -y lo resentí profundamente. Me perturbó tanto, que corté la conversación. No le colgué, pero sabia que me había provocado en verdad.


Esa conversación encendió un fuego bajo mi piel. Estaba perturbado, herido, agitado. Y todos mis jugos carnales empezaron a derramarse: enojo,indignación, dolor. En breve, ¡Empecé a hervirme en mis propios jugos! Empecé a caminar alrededor de mi estudio, tratando de orar -pero estaba tan molesto y perturbado, que a duras penas podía concentrarme en el Señor. Y oré: “¡Dios, esa llamada vino directamente del infierno! Mi amigo me decepcionó, y no había razón para ello. Tenía que ser el diablo tratando de provocarme. ¡No tengo que escuchar ese tipo de basura!”.


Dejé cocinar esos pensamientos cerca de una hora. Entonces, finalmente, vine al punto de ebullición -y clamé “Señor, ¡Estoy realmente hirviendo en esto! ¡Estoy hirviendo, molesto -y humeando realmente!”. Fue entonces cuando escuché la pequeña y tranquila voz de Dios, diciendo, “¡David, apaga el estofado, apaga esa llama ahora mismo! Te estás hirviendo en tus propios jugos de dolor, enojo y odio, porque has sido herido profundamente. ¡Pero lo que estás haciendo es peligroso, y no te atrevas a seguir preocupándote!”.


Hace mucho tiempo aprendí que cuando el Espíritu Santo habla, me conviene escuchar. Me arrepentí de inmediato y le pedí perdón. Después me senté y empecé a pensar: “¿Qué fue lo que me provocó tanto? Y ¿Porqué mantuve las cosas calentándose e hirviendo por dentro? No puedo permanecer enojado con este amigo -hemos sido amigos íntimos por mucho tiempo. Y ahora voy a perdonarlo. Así que, ¿Porqué estoy tan enojado?


De repente, se me iluminó el cerebro: el estar hirviendo por dentro no era el resultado de esa conversación dolorosa. No -¡Estaba enojado porque me permití a mi mismo ser fácilmente provocado de nuevo!. Estaba perturbado, agitado conmigo mismo -porque rápidamente había caído en el antiguo hábito y pensaba que ya lo había conquistado.


Cuando vi que no había aprendido la lección del todo -que todavía era fácilmente provocado- clamé, “Señor, ¡Nunca voy a aprender! Me diste este mensaje, y lo prediqué a cientos de personas. ¡Pero todavía no tengo la victoria en mi propia vida!”


Me sentí como un corredor que se hubiera caído en la carrera. Empecé a llorar por dentro, “Señor, tengo tantos deseos de ganar el premio de ser conformado a Tu imagen. ¡Pero ahora veo que nunca lo voy a lograr! Después de todos estos años de caminar contigo, de recibir tu revelación y disfrutar de tu comunión, todavía no me acerco a la marca. Todavía tengo enojo en mi corazón -y todavía reacciono con autojustificado orgullo. Oh Dios, ¿Iré algún día a ser como Jesús?


Y he aquí lo que el Señor me mostró:


<b>Satanás es tan sutil y hábil en sus tentaciones,¡Que usa a nuestros seres más cercanos para provocarnos!</b>


Considera la experiencia de Job. ¿Quién, si no el diablo pondría tales dolorosas palabras en la boca de la esposa de este hombre? En medio de su horrible sufrimiento, ella le dijo a Job: “¡Maldice a Dios y muérete!” Imagínate lo profundamente que estas palabras han de haber herido a este hombre de Dios -especialmente cuando estaba tan decaído y en necesidad de ánimo.


Fue también el diablo quien habló tan duramente a David a través de sus hermanos. Cuando el padre de David le envió a las líneas de batalla a llevarle comida a sus hermanos, Eliab, el hermano mayor de David dijo: “…¿Para que has descendido acá? ¿Y a quien has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido”. (1 Samuel 17:28). En otras palabras: “Tu estás aquí sólo porque quieres ver el espectáculo de la guerra!”.


¿Quién, sino el diablo pudo haber tomado la lengua de Eliab para decir tan inferiores palabras a un joven que tenía el llamado de Dios? Gracias a Dios, David no hirvió en esas palabras y se regresó a su casa. ¡De otra manera, el plan de Dios podía haber abortado!


También pienso en las airadas y acusadoras palabras que los hermanos de José le dijeron. Satanás inspiró esas palabras -porque quería que José se amargara y pasara años hirviendo en sus jugos de enojo, venganza y odio. Gracias a Dios, José lo rindió todo. ¡No le permitió que hirviera!


Aun los hermanos de Jesús le dijeron palabras dolorosas. Lo desafiaron a clamar su divinidad, diciendo, “…Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo” (Juan 7:4). En otras palabras, “Si eres realmente el Mesías, ¡Pruébalo entonces! Ve y haz tus milagros en Jerusalén, así todo el mundo podrá ver”.


“Porque ni aun sus hermanos creían en el” (versículo 5). No hay nada tan doloroso como el que tu familia piense que eres un fraude. Sólo el diablo podría haberle hablado a Cristo en esa manera, a través de sus propios hermanos. ¡Quería provocar a Jesús en enojo!


<b>¡Es peligroso permitir que tu estofado hierva, -mantener la llama prendida y continuar hirviendo en tus propios jugos!</b>


¿Estás todavía cocinando o hirviendo alguna cosa dolorosa que te fue dicha o hecha en el pasado? ¿Está la llama de enojo todavía quemando, trayéndote a un fuego lento, y todavía te rehusas a apagarla? Si es así, ¡Estás en peligro de hervir completamente! ¡Te vas a quemar en tu propio estofado -escaldado de por vida! Las noticias están llenas de tales ejemplos:


* Un hombre del barrio del Bronx mantuvo un enojo contra la sociedad que cocinó por cinco años. Finalmente, en un momento de ira, todo se le hirvió en destrucción. Terminó sofocando una niña de 7 años, hija de su novia con quien vivía. La mamá de la niña sostuvo sus piernas mientras que su novio trataba de ahogarla en la tina llena de agua hirviendo. Cuando eso no funcionó, decidió usar cinta adhesiva para taparle la nariz y boca, asfixiándola finalmente hasta que murió.


* Un hombre fue sentenciado a cadena perpetua en prisión por dispararle al chofer de otro auto. El convicto ha sido un iracundo chofer por años, bullendo con “ira de la carretera”. Todo hirvió en un día cuando el otro chofer lo rebasó, maniobrando su auto enfrente de él en la carretera. El iracundo hombre se emparejó por un lado del otro chofer, sacó una pistola y le disparó a muerte.


Estos ejemplos del mundo son extremos. Aunque cuando los cristianos no tienen vida alguna es porque mantienen todavía amargura a fuego lento, dejándola que hierva.


*Conozco una mujer divorciada -una cristiana- que ha desperdiciado treinta años de su vida. Todavía está hirviendo en ira a fuego lento contra su ex-exposo, quien la abandonó. Este se volvió a casar hace casi treinta años, y ella todavía lo maldice. Está hirviendo en sus jugos de amargura.


* Una mujer que ha estado divorciada por ocho años, tiene una foto de su ex-esposo colgada en la pared – y la usa para tirarle dardos. En lo único que ha pensado por años ha sido en el dolor que le causó. Y ahora la única vida que conoce es pasar año tras año bullendo en enojo -¡Hirviendo en ira!


* Una joven mesera que recientemente nos atendió a mi y a mi esposa estaba obviamente hirviendo en amargura. Cuando le preguntamos que le pasaba, nos dijo que una vez había sido cristiana -pero que dejó a Dios después de una serie de tragedias que ocurrieron en su vida.


Hace unos cuantos años, su hermano iba en su motocicleta cuando fue embestido y muerto por un auto. Poco después de eso, su madre desarrolló cáncer y murió. Después, en unos cuantos meses, la joven encontró que sufría de diabetes.


Ahora está hirviendo de enojo contra Dios. Dijo, “Si Dios existe, ¿Porque me ha puesto en tanta angustia? No estuvo ahí cuando más lo necesitaba. Nunca me contestó ninguna de mis oraciones, ¡Así que lo dejé!”.


Esa joven está muriendo una muerte lenta -¡Hirviendo en sus propios jugos! Admitió que “Estoy entumecida, no siento nada más. No estoy viviendo, sólo estoy caminando alrededor.”


Quizás tu te puedas identificar con ella. Quizás tu estás hirviendo en fuego lento por dentro, a punto de hervir por completo. No quieres maldecir a Dios -pero sientes que El no esta aquí para ayudarte. Y clamas en frustración; “Señor, ¡No siento nada de tu parte!”


Considera estas similares palabras, dichas por un angustiado hombre de Dios: “…Hablaré en la angustia de mi espíritu, y me quejaré con la amargura de mi alma…y así mi alma tuvo por mejor la estrangulación, y quiso la muerte más que mis huesos. Déjame, pues, porque mis días son vanidad (inútiles): (Job 7:11-16). Job está hirviendo de frustración -bullendo porque no entendía porque una tragedia sobre otra había venido sobre él. Sin embargo, Job no le permitió a los fuegos de amargura seguir quemando dentro de él. Fielmente apagó la llama, hasta que pudo decir, “aunque El me matare, en El esperaré…” (13:15).


Las escrituras nos advierten: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30). “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (Hebreos 12:15).


Dios está diciendo, “¡Ten cuidado!”. No dejes que aun un poquito de amargura eche raíz. No importa lo que te hayan hecho -no importa como te sientas, o que tan injustamente te hayan tratado -no puedes llevar una raíz de amargura. ¡Te matará!


Amado, si te rehúsas a dejar a un lado tu amargura, si te mantienes en fuego lento e hirviendo, puedes traer juicio a tu hogar, tu esposa, tus hijos, y a todos a tu alrededor. Y puede matarte, literalmente.


<b>¡Sólo el Espíritu Santo nos puede ayudar a apagar las llamas de agitación!</b>


Una persona amargada no va a escuchar el consejo de nadie. Y un cristiano amargado ni siquiera va a prestar atención a la Palabra de Dios. ¿Porqué? Agitación, amargura y odio cierra ojos y oídos -¡Y endurecen el corazón!


Ocasionalmente, una persona que ha estado preocupada por un largo tiempo puede mostrar alguna evidencia de arrepentimiento. Dirá: “si, estoy tratando de apagar mi enojo- pero es difícil”. Aun así, deja una pequeña llama encendida, y al tiempo, su estofado amargo vuelve a hervir a fuego lento. El profeta Oseas compara el corazón humano con un horno.


Dice que este horno puede ser encendido con los fuegos de deseo, enojo, agitación, amargura, idolatría:


“Todos ellos son adúlteros; son como un horno encendido por el hornero, que cesa de avivar el fuego después de que está hecha la masa, hasta que se haya leudado. Aplicaron su corazón, semejante a un horno, a sus artificios; toda la noche duerme su hornero; a la mañana está encendido como llama de fuego. Todos ellos arden como un horno….” (Oseas 7:4-7).


El pan que es producido en este horno representa el fruto de nuestra vida. Piensa en esto: Como un panadero, tomamos la masa de nuestra vida y amasamos en la levadura: deseo, amargura, rencor. Ahora, podemos dejar la masa cerca del horno, sin hornearla. Y el fuego en el horno puede que empiece a apagarse.


Pero el hecho es que, la levadura está todavía trabajando, esparciendo sus propiedades decadentes… Amado, la levadura en tu corazón está trabajando en este mismo momento. Probablemente no estés atizando el fuego en el horno. Pero, eventualmente, la levadura se va a levantar. ¡Y, en un sólo momento de ira, saldrá el pan de iniquidad!


Esto describe las vidas de muchos cristianos hoy en día. Tienen un poquito de levadura en su corazón -algún pequeño rencor o herida que nunca ha sido tratada- y que no la enfrentan y se arrepienten. Al contrario, simplemente se hacen los que no la ven. Pueden creer que sus corazones están limpios e inocentes. Pueden aun testificar “No tengo nada en contra de esa persona. No estoy preocupado por nada”.


Pero la levadura de amargura está trabajando todavía en ellos – alcanzando cada área de su vida. Y el tiempo pasará y saldrá a la superficie otra vez, levantándose como pan con levadura -¡Porqué no se le ha tratado! “El hombre iracundo levanta contiendas, y el furioso muchas veces peca”. (Proverbios 29:22).


¡Cualquiera que tenga un rencor escondido, eventualmente lo va a sacar a la superficie y va a terminar abundando en pecado!


<b>¡Hay un tipo de estofado que tu puedes hacer y Satanás Va a hacer todo lo que hay en su poder para evitarte apagarlo!</b>


Permíteme regresar a mi historia del principio -acerca de la llamada telefónica que recibí de mi amigo. El tipo de enfurecimiento que me dio después de esa conversación es el tipo que Satanás quiere que tu tengas: Es hervir sobre tus fallas en tus esfuerzos por conformarte a la imagen de Cristo.


El apóstol Pedro menciona algo muy importante al respecto: “Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente…el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (I Pedro 2:19-23).


Pedro acaba de describir como Jesús manejaba cada situación en su vida. Cuando la gente lo hería, no peleaba. Cuando le maldecían, no los amenazaba. Cuando trataban de discutir con él, no se involucraba. Al contrario, simplemente se alejaba. Aun cuando enfrentó la muerte, no dio ninguna palabra de protesta.


“Pues para esto fuiste llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (versículo 21). Pedro lo pone claro: Jesús debe ser nuestro ejemplo de conducta.


El apóstol Pablo añade: “Si tu no tienes caridad -es decir- el amor de Cristo -no eres nada”. ¿Que significa tener caridad? Simplemente dicho, ¡Tener caridad significa soportar un montón de cosas que nos molestan!


De acuerdo con I de Corintios 13, caridad significa mostrar piedad a todos, sin excepciones, no tener celos de ninguna forma, no jactarse o promoverse a uno mismo, buscar el interés de otros sobre el tuyo propio, no irritarse, no pensar mal de nadie, no regocijarse cuando alguien falla, aun cuando es un enemigo.


Tanto Pedro como Pablo están señalando claramente en estos pasajes: Aquí está un mandamiento que te doy: No debe existir venganza, ni revancha, ni amenazas entre ustedes. En lugar de eso, entreguen todas sus agitaciones, temores y amarguras a Cristo. ¡Sigan su ejemplo!”.


Primero puede que nos ganemos unas cuantas victorias bajo el cinturón, y puede que empecemos a sentirnos confiados de lo que Dios está haciendo en nosotros. Incluso, les podemos decir a nuestros amigos, “¡Dios está realmente trabajando en mi -y estoy cambiando!”. Pero de repente, de algún lado, una flecha es disparada en nuestro corazón.


Alguien dice o hace algo que nos suelta una horrible, inesperada y ácida flecha -y rápidamente tenemos una acometida de airados pensamientos. Entonces, aun sin saberlo; ¡Estamos enviando flechas envenenadas de regreso a quien se nos atravesó!


Y no mucho después de esto, nos damos cuenta de que hemos fallado. Habíamos tratado duro, orando, buscando a Dios, agarrándonos de la verdad y disfrutando muchos logros. Pero, de repente, el enemigo vino como una inundación; ¡Y fallamos por completo en nuestro esfuerzo de ser como Jesús!


<b>Cuando fallamos, actuando en una manera despiadada, otro tipo de hervimiento ocurre – ¡Uno que condena!<b>


Repentinamente, nos encontramos plagados por un sentido de indignación. Miramos hacia nuestro interior, pensando, “¡Lo hice otra vez! No he cambiado para nada. Nunca voy a ser como Cristo. Señor, he estado caminando contigo por años, -pero todavía reacciono como un bebé, no como un cristiano maduro. ¿Por que no he cambiado?”


Amado, ¡Ese es exactamente el lugar donde el diablo te quiere! ¡Quiere que sigas hirviendo sobre tus faltas, preocupándote por tu falta de crecimiento, pensando que la carrera es imposible, de manera que te desanimes y te alejes!


El autor de Hebreos escribe, “…corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante…” (Hebreos 12:1). Simplemente debes tener paciencia contigo mismo y con tu crecimiento. Después de todo, la carrera va a continuar cuando Jesús regrese. Si, vas a tropezar, caer y dar vueltas. ¡Pero si fallas, te levantas y continuas!


La palabra de Dios habla de vencer: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo…” (I Juan 5:4). “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y el será mi hijo”. (Apocalipsis 21:7)


Vencer es “conquistar y obtener lo mejor de todas las tentaciones y obstáculos”. ¿Cuales son nuestros obstáculos? Son cada nueva reacción en la carne, cada falla al tratar de ser como Cristo, cada subida de temperamento, amargura o agitación. ¡Estos son los impedimentos para conquistar y vencer!


Yo creo que multitudes de personas que una vez sirvieron al Señor y ahora están viviendo en pecado e incredulidad es porque Satanás los convenció de que nunca iban a poder ser como Cristo. Siguieron cometiendo errores, -y reaccionaron desanimándose, sintiéndose como perdedores, hirviendo en sus propias fallas. Finalmente, se dieron por vencidos.


Ahora te pregunto a ti: ¿Qué hubiera pasado si David hubiera hervido en sus fallas? Este hombre fue expuesto ante todo el mundo como adúltero y asesino. David escribió: “…mi pecado está siempre delante de mi” (Salmos 51:3). “Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mi… Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día. (38:4-6).


Aun con todo David no hirvió en sus fallas. Se arrepintió de todo corazón y hasta pudo decir: “Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi silicio y me ceñiste de alegría”. (30:11).


La manera mas rápida de “apagar el estofado” es confiar en el perdón de Cristo. Y Cristo está listo para perdonar todo el tiempo: “Porque tu, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan (86:5). “Quien perdona todas tus iniquidades…” (103:3).


¡Amén!